Soportándonos los unos a los otros

Una de las peticiones más coreadas en el mundo evangélico es: “Padre, que seamos uno, para que el mundo crea”. (Juan, 17:20-21)

Pero hay algo que se nos escapa y que sin ello, la tan “anhelada” unidad  no vamos a poder conseguirla. Y se nos escapa porque pensamos  o mejor aún nos  gustaría, que la tan “deseada” unidad nos la facilitara el  Espíritu Santo,  sin aportar nada por nuestra parte. Cuando  la tan  ”ansiada” unidad, depende según Las Escrituras, más bien,  de nosotros:

Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos. (Efesios, 4:1-6)

Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros.  (Colosenses, 3:12-13)  

Pareciendo  ser, por lo transcrito, que solo por soportarnos unos a otros, la  unidad dejaría de ser una quimera, para convertirse en realidad.

Porque, a pesar de haber nacido de nuevo, no tenemos el mismo temperamento, ni el mismo carácter, ni la misma visión, ni las mismas capacidades, ni la misma destreza para hacer las cosas. Y eso nos separa. Pero lo bueno, y eso sí que nos une, es que tenemos el mismo Señor.

Por lo tanto, como aceptar, tolerar, sostener y  transigir, son sinónimos de soportar, deberíamos (unos a otros) aceptarnos como somos, tolerarnos en nuestras  particularidades,  sostenernos al resbalar y tener en cuenta otras  opiniones.  (Fil. 2:3-4)

Y  sobre todo, por amor a Cristo, perdonarnos unos a  otros.

Si lo logramos, llegaremos en Cristo, a ser uno.

 ¿Puedes pensar en ello?

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