La Medida con la que (a los demás) Medimos.

 

 De  las cosas que más adolecemos los cristianos,   a pesar  de que el mismo Señor Jesucristo, nos advirtió de la necesidad  de que no faltara,  (Mateo, 18:21-22) es de perdón.  Sin embargo de lo que solemos andar muy sobrados, es de juzgar y condenar a los demás.

No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados. (Lucas, 6:37)

Y no se trata de pasar por alto todo aquello que el Señor   través de su Palabra condena, sino el de ser juez y parte, que se refiere a aquellos que intentan o más bien  toman parte en decisiones que no les corresponden, al no ser imparciales; buscando más bien, juzgar y  condenar,  en vez  de intentar (con amor)  restaurar a quienes  han caído.

Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. (Gálatas, 6:1)

No sea que nos pase lo que les pasó a los que queriendo tentar al Señor Jesús,   tuvieron que marcharse  avergonzados y humillados, «acusados por su propia  conciencia» al haber  utilizado  a una mujer pillada en adulterio.

… El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella.  E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra. Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio. Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?  Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más.  (Juan, 8:2-11)

No es que el Señor Jesús disculpara el pecado de esta  mujer al no condenarla, simplemente le dio la  oportunidad  de  reflexionar  sobre el peligro de   infringir la ley de Dios, para no volver a quebrantarla.  Pero los que ya tenían  piedras en sus manos,  tuvieron que dejarlas caer, para que no se volvieran contra ellos.

Porque es muy fácil juzgar y condenar a los demás, pero no nos gusta que nos juzguen o midan, y menos aún, que nos condenen. De ahí que el Señor dejara dicho:

No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido. (Mateo, 7:1-2)

 

¿Podrías pensar en ello?

 

 

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