En el evangelio de san Mateo, encontramos al Señor Jesús inmerso en los negocios de su Padre: Enseñaba en las sinagogas, predicaba el evangelio del reino por las calles y sanaba toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. (Lucas, 2:49)
Y al difundirse su fama por toda la región, le trajeron a todos los que tenían todo tipo de enfermedades y dolencias, incluso a los endemoniados, lunáticos y paralíticos, sanándoles a todos, y debido a esto, mucha gente le siguió.
Y al ver la multitud que le seguía, supo que había llegado el momento de preparar convenientemente a sus discípulos, así que, sentándose con ellos, comenzó a enseñarles las leyes del reino. Porque ellos debían ser los primeros en conocerlas, aunque esto implicase que la gente que le seguía, oyese también, dicha enseñanza. (Mateo, 4:23-25)
Diciéndoles en primer lugar, que el reino de los cielos, pertenecía a los pobres en espíritu:
Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. (Mateo, 5:3)
Porque un pobre “en espíritu” que es distinto a un pobre “de espíritu”, no es alguien apocado, acobardado o deficiente, como muchos suponen, sino que es alguien que depende en lo espiritual, completamente de Dios. Alguien que, con ausencia total de orgullo y auto confianza, no toma ninguna decisión sin consultar al Señor.
Y que al igual que los niños, que bajo la atenta mirada de su padre, disfrutan de todo lo que su padre tiene, los pobres en espíritu, disfrutan de todas las riquezas espirituales que el Padre Eterno posee. (Lucas, 18:17)
Enseñándoles (a sus discípulos) además, que en el reino de los cielos que Él representaba, los que lloran, los mansos, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los de limpio corazón, los pacificadores, los que padecen persecución, los que por su causa son insultados y denigrados, deben sentirse bienaventurados, porque es grande su recompensa en los cielos. (Mateo, 5:4-12)
Así que, de nosotros depende.
¿Podrías pensar en ello?