Durante bastante tiempo, me sentí culpable de no hablar lo suficiente de Jesús, a la gente de mi entorno y a los de fuera de él; era un peso del que difícilmente me podía desprender, por la presión que en aquel entonces, se ejercía sobre nosotros, los nuevos creyentes. Sobre todo, cuando a lo largo de alguna predicación se nos lanzaba la siguiente pregunta: ¿A quién le hemos hablado hoy de Jesús? o ¿Le has dicho a tu vecino que Jesús le ama? Llegando a estar convencido de que esta especie de “regañinas”, iban dirigidas exclusivamente para mí.
Pero el no va más era cuando se nos recordaba lo de la gran comisión, (Marcos, 16:15-18) regresaba a mi casa cabizbajo y medio hundido. En verdad no es que me sintiera culpable, ¡¡es que era culpable!! Por no dar a conocer a Jesús como debiera; (como se nos decía que debía ser).
Y en vez de disfrutar con Jesús, de una relación amistosa y agradable, mi relación con Él era más bien tirante, al no hacer lo que estaba obligado a hacer, según me decían. Porque lo que se nos exigía (con amor) eran resultados, sin considerar en que condición (espiritual) nos podíamos encontrar.
Pero a Dios gracias, que, con el tiempo y con la ayuda del Espíritu Santo, entendí que primero debía fortalecer mi relación con el Señor Jesucristo y después, con los hermanos en la fe, para darle a conocer. Porque ¿cómo iba a hablar de alguien que apenas conocía? Además los que me conocían de tiempo atrás, dudaban de lo que les decía; para ellos eran solo palabras, y las palabras a veces si no van acompañadas de hechos no se creen o se duda de ellas.
Y lo entendí, (y lo sigo entendiendo) al leer los siguientes versos:
Y perseveraban unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos. (Hechos, 2:46-47)
Así que si nos fijamos detenidamente en estos versos, los primeros convertidos en Jerusalén por la predicación de Pedro, (Hechos, 2:41) no es que no hablasen a la gente del Señor Jesús, porque lo hacían, pero entendieron que necesitaban relacionarse entre ellos al tener el mismo sentir; y oraban juntos y juntos, partían el pan en memoria de Jesús, (Lucas, 22:19-20) y compartían todo lo que tenían, con alegría y sencillez de corazón.
Y la gente (el pueblo) al ver como se relacionaban entre ellos y que además alababan a Dios por sus bendiciones, aunque no se convirtieran, reaccionaban con simpatía hacía ellos, pero que al tiempo y debido a esta actitud de sencillez y amor entre los hermanos, se iba añadiendo gente a la iglesia de la mano del Señor Jesucristo.
No quiero decir con esto que no se deba hablar de Jesús, sino todo lo contrario; se debe hablar a tiempo y a destiempo, entendiendo que el que toca los corazones y salva y añade a la iglesia, a su Iglesia, es el Señor.
Porque lo que se quiere, o al menos es lo que se dice que se quiere, es que los alcanzados por el evangelio de Jesucristo lleguen a formar parte de todos aquellos que sin ningún tipo de presión, al haber nacido de nuevo, no solo hablen de Jesús, sino que vivan conforme a lo que dicen conocer, a saber, el evangelio de Jesucristo.
Ya que hablar de lo que se conoce, no es tan difícil; cuesta más el vivir día a día lo que se dice conocer, de ahí que dejó dicho el Señor Jesús y no solo para los falsos profetas: Por sus frutos los conoceréis. (Mateo, 2:20)
Y puesto que no solo somos enviados a dar a conocer el evangelio de Jesucristo, sino también a vivir el evangelio que predicamos, para que el mundo crea, debemos unir ambos conceptos y emprender con decisión dicha tarea, para que el Señor añada los que han de ser salvos, porque el tiempo apremia.
Como tú me enviaste al mundo, así yo les he enviado al mundo.
Y por ellos yo me santifico a mí mismo para que también ellos sean santificados en tu verdad.
Más no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como, tu oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. (Juan, 17:18-21)
Muy bueno, querido pastor, totalmente de acuerdo. BENDICIONES! para todos los hermanos
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