Poco antes de ser entregado, y sabiendo que llegaba su hora, tuvo el Señor Jesús una serie de interesantes charlas con sus discípulos. Siendo una de ellas sobre el Espíritu Santo; haciéndoles saber que el Padre lo iba a enviar en su nombre, con la condición que guardaran sus mandamientos:
Si me amáis, guardad mis mandamientos.
Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros. (Juan, 14:15-17)
Añadiendo que el Espíritu Santo, les revelaría todas las cosas y le haría recordar todo lo dicho por él:
Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho. (Juan 14.26)
Y que el Consolador, al igual que ellos, también daría testimonio de él:
Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí. Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio. (Juan 15:26-27)
Convenciendo de pecado al mundo, de justicia y juicio. (Juan, 16:7-10) Y guiándoles a ellos, como discípulos suyos que eran, a toda la verdad; dándoles además, importantes revelaciones. (Juan 16:13)
Todo esto les dijo el Señor Jesús a sus discípulos, como se ha dicho al principio, antes de haber sido entregado para su posterior crucifixión y muerte.
Así que una vez resucitado, durante el tiempo que pasó con ellos antes de ascender a los cielos, al enviarles a predicar el evangelio, sopló sobre ellos diciéndoles: Recibid el Espíritu Santo; (Juan, 20:21-22). Acción que aparentemente quedó solo en palabras, al no pasar nada digno de mención.
Pero llegado el día de su ascensión a los cielos, Jesús, mandó a sus discípulos que permanecieran en Jerusalén, porque en breve iban a ser bautizados con el Espíritu Santo, (Hechos, 1:4-5) y que recibirían “poder” cuando viniera el Espíritu Santo sobre ellos:
… recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra. (Hechos, 1:8)
Así que en obediencia a Jesús, los discípulos se quedaron en Jerusalén y durante la fiesta de pentecostés, todos fueron llenos del Espíritu Santo. (Hechos, 2:1-4)
Y debido al estruendo que se formó, al ser llenos del Espíritu Santo, mucha gente se acercó al lugar don estaban reunidos, para ver lo que estaba aconteciendo, y al ver Pedro la oportunidad que la curiosidad de la gente le ofrecía, aprovechándola, aclaró que a pesar del escándalo que armaban no estaban borrachos, como creían los que se acercaron para ver lo que pasaba, sino que se trataba de algo que en las Escrituras, desde mucho tiempo atrás, estaba anunciado que acontecería y que en ese momento se estaba cumpliendo. Quedando muchos de los que le oyeron, convencidos por lo que Pedro expuso, aceptando a continuación a Jesús, como su Salvador y Señor. (Hechos, 2:37-41)
El haberse atrevido Pedro a tomar la palabra, delante de la multitud, se debió a que recibió del Espíritu Santo, poder para testificar; siendo su testimonio tan convincente que nada menos que 3.000 personas, no solo levantaron sus manos entregándose al Señor, sino que pasaron por las aguas del bautismo.
Porque precisamente, el poder que recibieron los congregados en el aposento alto, fue en primer lugar para testificar, luego vendría el resto que acompañaba a esta acción, como relatan las Escrituras. Pero antes que nada testificar; ese era el tipo de poder del que les habló Jesús. (Hechos, 3:6-9 y 5:12-16)
No dio, o nos da el Señor, el poder del Espíritu Santo para lucimiento personal, ni para obtener beneficio económico, sino para utilizarlo ganando almas para él. Aunque sin darnos cuenta o tal vez, dándonos cuenta, nos hemos deslizado tanto, que hemos llegado a separar poder de testimonio, (Roma. 11:29) cuando el poder debe ir ligado al testimonio de Jesucristo, con lazos espirituales indisolubles para que el resultado sea incuestionable, porque el significado de “poder” implica entre otras cosas la facultad o autorización para llevar a cabo una determinada acción, y en este caso en concreto, se trata de poder de lo alto, para ser testigos fidedignos, de Nuestro Señor Jesucristo.
Al soplar el Señor Jesús sobre sus discípulos, para qué recibieran el Espíritu Santo, sin que nada pasara “aparentemente” en ese momento, comenzaron a activarse (es lo que creo) leyes espirituales que desconocemos, porque todo lo que el Señor Jesús hacía, tenía un sentido o trasfondo espiritual, llegando, pasado un corto periodo de tiempo al cenit de esa acción: el ser llenos del Espíritu Santo; cuando en obediencia a su Maestro y Señor, los discípulos, esperaron expectantes la promesa que este les hizo.
Y al no poder contener esa llenura, porque eran ríos de agua viva (Juan, 7:38-39) que corrían con fuerza en ellos, allá donde iban, aunque fueran perseguidos, testificaban con poder de Jesucristo. (Hechos, 8:4)
Siendo este es el poder que necesitamos, los que en la actualidad nos consideramos discípulos de Jesucristo: poder, “para testificar con poder de Jesucristo”. Que todo lo demás, (sanidades o milagros) vendrá por añadidura, si es que pacientemente esperamos la revelación y la dirección del Espíritu Santo.
Aunque muchos de nosotros, hacemos las cosas al revés, pedimos que el Señor nos conceda la facultad para sanar, hacer milagros u otras cosas, para que al ver en nosotros el respaldo de Dios, la gente, al testificarles de Jesucristo, crea.
Pero al leer detenidamente las Escrituras, el orden es otro: Primero el testimonio de Jesucristo, después todo lo demás; aunque sorprendentemente el Señor permite en muchas ocasiones cambiar el orden, (he sido testigo de ello) porque lo que a Él creo que le interesa, es que su evangelio sea predicado. (Fil. 1:15-18)
Así que ya sea de una manera o de otra, lo importante es testificar con poder de Jesucristo.
Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado.
Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fueron con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios. (1 Cort. 2:1-5)
Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.
Muy claro tu artículo e interpretación, muchas gracias. AMEN Y AMEN