Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos.
Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era. Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace. (Santiago, 1:22-25)
Al transcribir estos versos, estuve tentado a cambiar el título del artículo, por el de: ¿OIDORES O HACEDORES? Pero no lo hice, ya que al fin y al cabo vienen (creo) a decir lo mismo.
Porque según Santiago, como acabamos de leer, la persona que solamente oye La Palabra de Dios y no es un hacedor de la misma, se engaña a sí mismo. Ya que, muy bien se puede ser un entusiasta y aplicado oyente de La Palabra, a la vez que inconstante y olvidadizo para aplicársela. Por lo tanto, de lo que se trata (según Santiago) es de apropiársela, una vez conocida.
Y debido a esto, me agradaría poder llegar a diferenciar, a los oidores (seguidores) de los hacedores (discípulos) porque al separarles una línea tan fina, es difícil, a veces, poderles distinguir.
Diferencia que encontramos en la definición que el Diccionario Abreviado de Uso del Español, María Moliner, hace del vocablo seguidor, y que resulta ser: Todo aquel, que persigue algo o a alguien. O que es partidario de alguien.
Cuando la definición de discípulo es: Individuo que sigue una determinada doctrina. Entendiendo además, que para que exista un discípulo es necesario que exista un maestro que le inculca a su discípulo una determinada doctrina y le guía en su crecimiento. Corrigiéndole cuando su accionar se contrapone a los principios de la doctrina.
Línea de separación muy fina, entre ambas definiciones, como se ha mencionada.
Así que al acudir a la Biblia encontramos a muchas personas que seguían a Jesús por muchas razones y variados motivos. Los unos porque hablaba con autoridad. (Marcos, 1:22-27) Los otros porque les había dado de comer. (Juan, 6:26) Y los muchos, por las sanidades, milagros y maravillas que hacía:
Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.
Y se difundió su fama por toda Siria; y le trajeron todos los que tenían dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos; y los sanó. Y le siguió mucha gente de Galilea, de Decápolis, de Jerusalén, de Judea y del otro lado del Jordán. (Mateo, 4:23-25)
Admiraban tanto a Jesús, (Lucas, 9:11) que muchos ya no solo le seguían por lo que habían visto y oído, sino por lo que habían “notado” en él, considerándose como sus “discípulos” al tenerle como un rabí (maestro). Incluso, pretendiendo algunos, hacerle rey (Juan 6:14-15). Pero, cuando el maestro Jesús, expuso las condiciones para dejar de ser seguidores y convertirse en discípulos, la mayoría dejó de seguirle, al creer que se les exigía demasiado:
Grandes multitudes iban con él; y volviéndose, les dijo: Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo.
Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo. (Lucas, 14:25-28)
El cambio debía ser radical, tanto en lo natural como en lo espiritual, no había vuelta de hoja. Cambio que muchos no estaban dispuestos a asumir. Los “oidores” se supone, que continuaron siguiéndole, pero de muy lejos.
Al oírlas, muchos de sus discípulos dijeron: Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír? ¿Pues qué, si viereis al Hijo del Hombre subir El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida.
Pero hay algunos de vosotros que no creen. Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían, y quién le había de entregar.
Y dijo: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre. Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él. (Juan, 6:60- 66)
Aunque a un reducido grupo de seguidores, que Jesús mismo había escogido, al ver como se marchaba la mayoría, les hizo una pregunta:
Dijo entonces Jesús a los doce: ¿Queréis acaso iros también vosotros?
Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. (Juan 6:67-69)
Estos como todos sabemos, fueron realmente sus primeros discípulos, porque le seguían, no por lo que Jesús, había hecho por ellos, sino por lo que había hecho en ellos. (Juan, 20:22)
Así que al ser llamados por Jesús, no temieron, al seguirle, dejar atrás todo lo que tal vez, les hubiera impedido asumir lo que su Maestro Jesús, les podía ofrecer y enseñar, dando el paso que les convertía de seguidores a discípulos.
Entonces Pedro comenzó a decirle: He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido. Respondió Jesús y dijo: De cierto os digo que no hay ninguno que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por causa de mí y del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo; casas, hermanos, hermanas, madres, hijos, y tierras, con persecuciones; y en el siglo venidero la vida eterna. (Marcos, 10:28-30)
Y aunque pueda darse el caso, que se sea seguidor de Jesús, sin llegar a ser su discípulo, quiero señalar lo que en una ocasión leí sobre el tema que estamos tratando: “Cualquier persona que afirme ser un hijo de Dios que no tenga en su corazón el deseo de obedecer, servir y complacer a Dios, nunca ha experimentado una verdadera conversión o está en un estado de infancia espiritual permanente”. En pocas palabras, el que a Cristo sigue, pero su enseñanza no asume, niega al que sigue.
Ya que, un discípulo, al estar al lado de su maestro aprendiendo de él, trata de obedecerle, servirle y complacerle. Y, sobre todo, si ese maestro es Jesús.
Porque al seguir al Señor Jesús, si en verdad es Él, quien nos ha llamado, lo prioritario debe ser aprender de Él y asumir todas y cada una de sus enseñanzas, para que una vez asumidas, comenzar a ponerlas en práctica, adquiriendo de esa manera, al dejarla en libertad, confianza en su Palabra, para que según está escrito, obre en consecuencia:
Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. (Hebreos, 4:12)
Y para finalizar, creo (debería haberlo pensado antes) que transcribiendo unos versos de san Mateo, hubiera definido más brevemente la diferencia entre seguidores y discípulos de Jesucristo, porque en dichos versos (hablando espiritualmente) se nos dice que los discípulos son los que deben dar de comer a los seguidores, por lo tanto un discípulo es todo aquel que habiéndose alimentado (espiritualmente) de Jesucristo (Juan, 6:56) debe compartir y dar lo que del Señor ha recibido y no guardárselo para él como suelen hacer los seguidores:
Y saliendo Jesús, vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, y sanó a los que de ellos estaban enfermos. Cuando anochecía, se acercaron a él sus discípulos, diciendo: El lugar es desierto, y la hora ya pasada; despide a la multitud, para que vayan por las aldeas y compren de comer. Jesús les dijo: No tienen necesidad de irse; dadles vosotros de comer. (Mateo, 14:14-16)
Así que, los que sois discípulos, comenzad a dar de comer a los que tienen hambre y sed justicia.
Y les decía: La mies a la verdad es mucha, mas los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies. (Lucas 10:2)
Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.