Josué hijo de Nun envió desde Sitim dos espías secretamente, diciéndoles: Andad, reconoced la tierra, y a Jericó. Y ellos fueron, y entraron en casa de una ramera que se llamaba Rahab, y posaron allí…
Así da comienzo el capítulo 2 del libro de Josué, donde se relata lo acontecido a los dos hombres que Josué, sucesor de Moisés envió a reconocer la tierra prometida por Jehová a los israelitas. (Éxodo, 33:1-2)
Y fue dado aviso al rey de Jericó, diciendo: He aquí que hombres de los hijos de Israel han venido aquí esta noche para espiar la tierra. Entonces el rey de Jericó envió a decir a Rahab: Saca a los hombres que han venido a ti, y han entrado a tu casa; porque han venido para espiar toda la tierra. Pero la mujer había tomado a los dos hombres y los había escondido; y dijo: Es verdad que unos hombres vinieron a mí, pero no supe de dónde eran. (Josué, 2:2-4)
“En aquellos tiempos, (según algunos estudiosos) la prostitución era un oficio estrechamente unido al de posadera. No llevaba estigma alguno entre los cananeos, cuyo culto a la diosa de la fertilidad Astarot, fomentaba la prostitución en nombre de la religión. No era diferente Rahab, a los demás ciudadanos de Jericó; no solo participaba en la cultura pagana, como prostituta, sino que también, contribuía a ella”.
Pero, enterada del “apoyo” de Dios a los israelitas, (al parecer las noticias volaban) se sincera con los espías que escondió en su posada:
Antes que ellos se durmiesen, ella subió al terrado, y les dijo: Sé que Jehová os ha dado esta tierra; porque el temor de vosotros ha caído sobre nosotros, y todos los moradores del país ya han desmayado por causa de vosotros. Porque hemos oído que Jehová hizo secar las aguas del Mar Rojo delante de vosotros cuando salisteis de Egipto, y lo que habéis hecho a los dos reyes de los amorreos que estaban al otro lado del Jordán, a Sehón y a Og, a los cuales habéis destruido. Oyendo esto, ha desmayado nuestro corazón; ni ha quedado más aliento en hombre alguno por causa de vosotros, porque Jehová vuestro Dios es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra. (Josué, 2:8-11)
Al reconocer, Rahab, ante ellos, que Jehová era el Dios del cielo y de la tierra, les arranca un juramento: Que al igual que ella les había escondido y salvado la vida, ellos, al entrar en Jericó, salvarían su vida y la de sus familiares, con todas sus posesiones:
Os ruego pues, ahora, que me juréis por Jehová, que como he hecho misericordia con vosotros, así la haréis vosotros con la casa de mi padre, de lo cual me daréis una señal segura; y que salvaréis la vida a mi padre y a mi madre, a mis hermanos y hermanas, y a todo lo que es suyo; y que libraréis nuestras vidas de la muerte. Ellos le respondieron: Nuestra vida responderá por la vuestra, si no denunciareis este asunto nuestro; y cuando Jehová nos haya dado la tierra, nosotros haremos contigo misericordia y verdad. (Josué, 2: 12-14)
No tenía Rahab, ninguna esperanza de ser otra cosa que lo que era: “una mujer para ser utilizada por los hombres,” hasta que recibió y escondió a los dos espías enviados por Josué; por lo que Dios, que escudriña los corazones, incluyó en sus planes a Rahab, la ramera de Jericó. (Sant. 2:25-26)
Ya que, un tiempo después de la toma de Jericó, al parecer, Rahab, integrada plenamente en Israel, pueblo de Dios, se casó con Salmón, de la tribu de Juda, el cual engendró de Rahab a Booz, Booz engendró de Rut (la moabita) a Obed, y Obed a Isaí. E Isaí engendró al rey David. (Mateo, 1:5-6)
Fue la fe, lo que motivó a Rahab, recibir a los dos espías en su casa. (Hebreos, 11:31) Y como sin fe (como todos sabemos) es imposible agradar a Dios, se agradó el Señor de Rahab la ramera, por lo que llegó a ser, la tatarabuela de David, rey de Israel; del cual desciende José, marido de María, de la cual nació Jesucristo.
Y es la fe, lo que aún sigue haciendo posible, que muchos al igual que Rahab, a los que consideramos perdidos e irrecuperables, al oír de Dios y creer en lo oído, pueden llegar a formar parte del plan o propósito de Dios. «Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres» sin importar clase o condición. (Tito, 2:11)
¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? (Rom. 11:33-34)
Si bien Jericó era una ciudad literalmente amurallada, que interponía una barrera entre los moradores y cualquier cambio desde el exterior; también puedo apreciar una especie de muro que bloquea mente y corazón en muchas personas y les mantiene atadas a un círculo vicioso. El rastro de gloria dejado al paso del Señor por toda la historia, es sin dudas lo que inspira a tomar los riesgos necesarios, enfrentar miedos, hacer pactos, y esperar una nueva vida llena de renovación.