Entre tanto que voy, ocúpate en la lectura…, (1ª Tim. 3:14)
Fui invitado por pastor amigo a visitarle, y la vez, compartir La Palabra con la congregación que dirigía; congregación de la que se había hecho cargo recientemente. Al subir al estrado pregunté a los allí congregados, la mayoría jóvenes, cuántos de ellos habían hecho profesión de fe y pasado por las aguas del bautismo. Salvo dos personas el resto de los presentes lo habían hecho, cosa que me alegró porque podría dirigirme a ellos, que aunque muchos de ellos eran jóvenes, esperaba que fueran “maduros” en el Señor.
Les rogué que preparasen sus Biblias para seguirme en la lectura de La Palabra; pero al ver que nadie lo hacía, pregunté: ¿Cuántos han traído Biblia? Y entre los más de los cuarenta que allí habíamos, solo se encontraron cinco únicas Biblias, y una de ellas la mía; las restantes del pastor, del copastor y las de los hermanos que me acompañaron en la visita.
Al ver esto, me atreví a preguntar cuantos llevaban móviles. La respuesta fue unánime, todos llevaban.
Así que de nuevo, les hice otra pregunta: ¿Si no traéis la Biblia al venir al culto, cómo sabréis si lo que se expone es verdaderamente La Palabra de Dios? Como respuesta solo obtuve un silencio generalizado de los cristianos allí congregados.
Situación esta que al parecer no es un caso aislado, porque el estudio de La Palabra y su correcta exposición, está siendo arrinconada por gran parte de las iglesias, al preferir la busca de sensaciones y todo tipo de experiencias; sin preguntarse ni su sentido, ni ha donde pueden llegar a conducir este tipo de cosas.
Cristianos que a través de sus móviles (celulares) están siempre en contacto entre sí, pero que por falta de la lectura de la Palabra, incomunicados con Dios.
Obviando que una de las formas en que el Señor puede comunicarse con nosotros, y hablarnos, es a través del estudio y la meditación de las Sagradas Escrituras.
El apóstol Pablo utiliza el imperativo al dirigirse a su discípulo Timoteo, para que entienda que no se trata de una opción sino de una obligación el ocuparse de la lectura, de la exhortación y de la enseñanza, porque si no se lee (La Palabra) no se tiene conocimiento de la voluntad de Dios, y por lo tanto, no se puede alentar (exhortar) a nadie a seguir los pasos de Jesús; y menos aún instruirles (enseñar) en sus caminos.
Es desde tiempos inmemorables que el Señor recomendó (mandó) la enseñanza de Su Palabra, de generación a generación:
Por tanto, pondréis estas mis palabras en vuestro corazón y en vuestra alma, y las ataréis como señal en vuestra mano, y serán por frontales entre vuestros ojos. Y las enseñaréis a vuestros hijos, hablando de ellas cuando te sientes en tu casa, cuando andes por el camino, cuando te acuestes, y cuando te levantes. (Deut. 11:18-19)
Incluso para los reyes era condición ineludibles la lectura diaria del libro de la ley, para que además de ser justos, les fuera bien. (Deut. 17:18-20)
Porque era y es la única manera de no desviarse de la voluntad del Señor. Voluntad, que a lo largo de los años algunos hombres, inspirados por el Espíritu Santo la han transcrito para nosotros, a fin de que lleguemos a la «perfección» en Cristo.
Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra. (2º Tim. 3:16-17)
Valga como ejemplo la importancia de contrastar con Las Escrituras lo que desde el púlpito o a través de cualquier otro medio, se exponga, predique o enseñe, lo acontecido al apóstol Pablo que a pesar de haber sido “llamado por el mismo Señor Jesucristo para predicar su evangelio”, al exponer La Palabra en la sinagoga de Berea, los allí presentes recurrieron a las Escrituras para comprobar que si lo que Pablo afirmaba, venía reflejado en ellas. Y una vez convencidos de la veracidad de las palabras de Pablo, muchos de ellos abrazaron el evangelio. (Hechos, 17:10-12)
¿Pero qué hubiera pasado de no tener Las Escrituras o de no indagar en ellas?
Pues lo que está pasando ahora en muchos lugares.
Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas. (2ª Tim. 4:3-4)
Ni más ni menos.
Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.
Gracias por recordarnos la importancia de leer la Biblia y de buscar en ella, cualquier enseñanza nueva o distinta a la que ya conocíamos.
Gracias Antonio por esta exhortación, es algo fundamental, y se nos olvida fácilmente, un abrazo. Manuel
Excelente artículo, hermano. Gracias
Rene
DEFINITIVAMENTE ES LA PALABRA DE DIOS Y TODAS LAS RESPUESTAS ESTÁ EN ELLA….PIDO A DIOS QUE NUNCA DEJE DE MEDITAR NI DE INDAGAR EN ELLA…