A Moisés y a los profetas tienen.

 

 

Se encuentra en el evangelio del médico Lucas, una parábola que el Señor Jesús dirige a sus discípulos: La del rico y Lázaro.

Es esa breve narración, Jesús expone una serie de principios a tener en cuenta. Y aunque toda ella es más que  interesante,  vamos a centrarnos en los últimos versos de esta porción bíblica debido a que también  en los tiempos de Jesús, las gentes, para creer en la realidad de la Palabra de Dios, necesitaban evidencias. Evidencias que aún se necesitan para creer en lo que en ella   se asegura y enseña. Pero que en realidad se trata de una burda justificación para eludir cualquier tipo de compromiso, porque:

Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra. (2 Tim. 3:16-17)

Justificación que aunque no comparto,  en parte entiendo,   al haber pertenecido unos 30  años al grupo de “si no lo veo no lo creo”  y al de “fábulas para ignorantes y débiles”. Pero lo que no entiendo ni comparto, es la actitud de algunos creyentes, que conociendo La Palabra de Dios, no intentan vivir o llevar a cabo lo que en ella se expone.

Y puesto que creo que  la parábola en cuestión  va dirigida (el que lee, entienda)  a todos aquellos que habiendo hecho profesión de fe,  no tienen en cuenta la fe que dicen profesar, sería bueno recordar que el rico (epulón)  que creía tener por padre a Abraham, al morir,  no fue llevado a “su seno”, como  fue llevado Lázaro por los ángeles,  si no  a un lugar de separación y tormento,  según lo narrado por  Jesús.

Porque  entonces, al igual que lo es ahora, no era suficiente  tener conocimiento de las Escrituras  (la Ley y los profetas)  si no el   llevarlas a cabo. Porque conocer la Palabra de Dios y no aplicárnosla nos puede llevar a la insensatez, tal y como Señor Jesús lo expone de manera magistral  en el evangelio de Mateo:

Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina (Mateo, 7:24-27)

Y a pesar de algunos creen y enseñan que la pobreza es sinónimo de maldición,  y la riqueza de bendición, en este pasaje bíblico parece ser,  que a los ojos del Señor no es exactamente así. Que en  lo que se fija el Señor, es en el corazón. (1 Samuel, 16:7)

Ambos, mendigo y rico eran judíos; y ambos, conocían la Ley que recibió Moisés de la mano de Dios en Horeb.

Lázaro, el mendigo nada tenía,  nada pedía, y  a pesar de la necesidad y de las llagas  que le atormentaban, ninguna queja, ni maldición, salió de su boca; sólo esperaba misericordia. Misericordia  que nunca  le llegó.

Peca el que menosprecia a su prójimo; mas el que tiene misericordia de los pobres es bienaventurado. (Prov. 14:21)

El rico, del que  no se conoce  ni  su nombre, solo su actitud,  podría ser cualquiera. Cualquiera que a pesar de conocer La Palabra de Dios, al sentirse satisfecho y bendecido consigo mismo, le hace oídos sordos a gran parte de ella. (Sant. 1:23-25)  Cuando lo que obviaba, podría haberle traído realmente la bendición de Dios y no la riqueza que tenía.

Bienaventurado el que piensa en el pobre; en el día malo lo librará Jehová. (Salmos, 41:1)

El ojo misericordioso será bendito,  porque dio de su pan al indigente. (Prov. 22:9)

Porque, parece ser, que de lo que se trata, ya que el Señor Jesús pasó gran parte de   su ministerio terrenal  enseñando, (Lucas 4:15) es que sus discípulos, y los discípulos de sus discípulos entendieran su Palabra; y que todos los que hemos seguido sus enseñanzas   a través de los  tiempos, entendiéramos también la eficacia de dicha Palabra  si es que llega a penetrar en nosotros. Porque ella, la Palabra, al estar viva,  puede separar limpiamente en nosotros todo lo que es “carnal” de lo “espiritual” para que lo primero no arrastre más a lo segundo, ayudándonos a la vez, a discernir lo que es o no es de Dios. (Hebreos, 4:12)  Llegando  finalmente a conseguir  a través  de ella, con la ayuda del Espíritu Santo, todo lo que El Señor espera de los que son suyos.

De haber sido así, la  parábola sobre un hombre rico y un mendigo enfermo, hubiera sido otra.

Así que, el que espera estar firme, mire que no caiga.

Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino fino, y hacía cada día banquete con esplendidez. Había también un mendigo llamado Lázaro, que estaba echado a la puerta de aquél, lleno de llagas, y ansiaba saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico; y aun los perros venían y le lamían las llagas. 
Aconteció que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico, y fue sepultado. Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Entonces él, dando voces, dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama. Pero Abraham le dijo: Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males; pero ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado. Además de todo esto, una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quisieren pasar de aquí a vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá.
Entonces le dijo: Te ruego, pues, padre, que le envíes a la casa de mi padre,
porque tengo cinco hermanos, para que les testifique, a fin de que no vengan ellos también a este lugar de tormento.
Y Abraham le dijo: A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos.
El entonces dijo: No, padre Abraham; pero si alguno fuere a ellos de entre los muertos, se arrepentirán. Mas Abraham le dijo: Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos. 
(Lucas, 16:19-31)

 

Que la Gloria sea siempre para Dios.

 

                                                                     

 

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