Este año, como cada año, también se celebró la semana de oración por la unidad de los cristianos. Esta semana de oración se celebra tradicionalmente del 18 al 25 de enero, auspiciada por el Consejo Mundial de Iglesias y la Iglesia Católica Romana.
El tema bíblico escogido para este año, era:” Reconciliación. El amor de Cristo nos apremia”.
Basándose en la segunda de las cartas que el apóstol Pablo dirigió a los corintios:
Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así. De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. (2ª Cort. 5:14-20)
Y la verdad es que, el amor de Cristo nos apremia a reconciliarnos en primer lugar con Dios, para a continuación poder reconciliarnos con nuestros hermanos en Cristo Jesús.
Pero, ¿Qué significa el término reconciliación y cómo podemos aplicárnoslo?
Pues bien, el término reconciliación es una palabra que deriva del latín, que puede traducirse como “la acción y el efecto de volver a unirse” y que se encuentra formada por las siguientes partes:
El prefijo “re” que se utiliza para indicar “hacia atrás”.
El sustantivo “concilium” que es sinónimo de asamblea.
El sufijo “cion”que viene a emplearse para establecer “acción y efecto”.
Por lo tanto, la reconciliación en primer lugar y explicado muy brevemente, es un dejar atrás todo lo que nos separaba de Dios, para volver a unirnos a Él. Acción que solo se consigue a través de Jesucristo, como muy bien se señala en la porción de la epístola a los corintios, más arriba mencionada.
Y que una vez reconciliados con Dios, el segundo paso a seguir, debería ser el reconciliarnos todos los que nos consideramos hijos de Dios, unos con otros; para que la gente creyera a través de ese hecho, la realidad de Dios. Tal y como se expone en el capítulo 17 del evangelio de san Juan, del que transcribimos un par de versos.
Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. (Juan, 17:20-21)
Y que para conseguir dicha reconciliación, tal vez, necesitaríamos, además de la oración comunitaria, voluntad (también comunitaria) de negarse a sí mismo y cargar cada uno con su cruz, “Y decía a todos: si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, sígame” (Lucas 9:23) Que no es ni más ni menos, que dejar de lado nuestra particular manera de entender y ver el evangelio, para verlo y aplicarlo a nuestras vidas a la manera de Jesús.
Y esto va a costar, porque satisfechos de nuestra propia verdad, y con nuestro propio ver y entender el evangelio, difícilmente se va a poder ver, la necesidad de cambio alguno. (Sant. 4:3)
Cambio, por otra parte, imprescindible para la tan deseada reconciliación, que nos va a llevar, en caso de producirse, a dejar atrás, todo vestigio de autosuficiencia y al pleno y completo reconocimiento que le debemos a Dios como Creador, porque Él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos, como pueblo suyo que somos y ovejas de su prado. (Salmos, 100:3)
Pero que, para los que creemos que las oraciones de Jesús siempre le llegan Padre, y somos muchos en creerlo, la petición que Jesús le hizo al Padre para que sus discípulos fueran uno, aunque nos cueste creerlo, este hecho, el ser uno, es una realidad, porque el Padre, como está escrito, siempre oye al Hijo. Y si le oyó, simplemente, hecho está.
. . . Y Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo: Padre, gracias te doy por haberme oído.
Yo sabía que siempre me oyes; (Juan 11:41-42)
Lo que pasa es que los discípulos de Jesús, no tienen porque estar necesariamente juntos o en un mismo lugar, de ahí que parezca que la unidad brille por su ausencia. Pero que, o separados en la distancia o en un mismo lugar, esto es lo que dejó dicho san Pablo, apóstol de los gentiles, en cuanto a ser uno en Cristo, una vez reconciliados con Dios:
Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos.(Efesios, 4:1-5)
Porque la verdadera unidad, según se desprende del texto que acabemos de leer, es tener (los que hemos sido reconciliados con Dios) en un mismo Espíritu, una misma mente, un mismo corazón y un mismo sentir.
Así que, el que piensa esta firme, mira que no caiga.
Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.