Menciona Lucas en su evangelio el encuentro que tuvo Jesús con diez leprosos. Ocurrió al entrar Jesús en una aldea entre Samaria y y Galilea, cuando se dirigía a Jerusalén.
De lejos, porque no podían acercarse a la gente debido a su enfermedad, alzando la voz, le piden al Señor misericordia para ellos. Cuando Jesús les oyó, sin mediar ninguna palabra más, les dice que vayan y se muestren a los sacerdotes, tal y como estaba establecido en la ley de Moisés, dando por sentado el Señor Jesús su sanidad. (Lev. 14) Así que, yendo los diez fueron sanados milagrosamente de tan fatídica enfermedad.
En esta ocasión, como en tantas otras, no oró por ellos el Señor Jesús, sólo atendió a la petición que le hicieron los diez leprosos: Que tuviera de ellos misericordia. Misericordia inmediata que tuvo al sanarles. Porque, ¿Que es misericordia sino el sentir compasión por los que sufren y ayudarles? (Mateo 14:14)
Solo uno de los que tuvo misericordia el Señor, al verse sanado regresó agradecido donde aún se encontraba Jesús y “a grito pelado” le daba la gloria a Dios.
Yendo Jesús a Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea.
Y al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos y alzaron la voz, diciendo: ¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros!
Cuando él los vio, les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que mientras iban, fueron limpiados. Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y éste era samaritano.
Respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están? ¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero? (Lucas, 17:11-18)
La verdad es que no sé porque me vino a la mente esta porción de las Escrituras, que tantas veces ha sido predicada, explicada y comentada, aunque no muy asumida por los muchos de los que el Señor tuvo misericordia, al oír su clamor.
Y aunque algunos estudiosos de La Palabra, aseguran que de lo que este texto trata, es sobre la gratitud, en mi opinión más bien se trata de la ingratitud. Ya que si la gratitud es un sentimiento que experimenta una persona al estimar un favor o beneficio que alguien le ha concedido deseando corresponder el mencionado favor de alguna manera, la ingratitud, es todo lo contrario. Actitud esta última, que tomaron nueve de los diez que el Señor Jesús sanó: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están? ¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero?
No se sabe nada más de estos nueve, sólo que fueron sanados. Y aunque (como se supone) debieron presentarse ante los sacerdotes como establecía la ley, para declararles libres de la enfermedad y poder volver a llevar una vida normal; no se menciona en ninguna otra parte del evangelio de Lucas, que testificaran de Jesús al sanarles o de que forma fueron sanados.
Seguro que ofrecieron los sacrificios de rigor, según la ley en Levítico 14, porque eran judíos y no querían saltarse ni una jota ni una tilde de dicha ley. Pero, (insisto) ¿Se acordarían de quien había hecho que fuera posible su sanidad? ¿Se atreverían a contar lo que les había sucedido? ¿Le estarían agradecidos?
Y aunque unos párrafos más arriba, aseguraba que no sabía porque me había venido a la mente el texto de Lucas, de manera que voy escribiendo, tengo la impresión que el Señor desea que no olvide la manera en que hace años, al levantar mi voz, cuando aún era un “samaritano inconverso” al pedirle misericordia, no solo sanó a mi hijito de 9 meses, sino que le libró de una muerte clínicamente anunciada. De ahí a que el salmista a la vez que motiva (a las gentes) a darle honra al Señor, anima a recordar sus bendiciones. (Salmos, 103:2) Porque el camino del olvido por el cual se puede fácilmente transitar, conduce a un lugar llamado ingratitud. Que es el lugar donde se ignora o no se tiene en cuenta el bien que se nos ha hecho.
Y no creo que haya sido sólo bueno para mí el recordar este texto del evangelio de Lucas, sino también, para todos aquellos, a los que el Señor oyó, cuando al alzar la voz, clamando por misericordia, al igual que lo hicieron los diez leprosos, misericordia les fue concedida. Porque nuestro Señor es justo en todos sus caminos y misericordioso en todas sus obras. (Salmos, 145:17)
Así que, es más que bueno, que agradecidos, le demos la gloria a Dios y nos postremos a los pies de Jesucristo, para que cuando llegue el día (que llegará) no tenga el Señor que preguntarse extrañado: Y los otros que también sané ¿Dónde están?
Por tanto, guárdate, y guarda tu alma con diligencia, para que no te olvides de las cosas que tus ojos han visto, ni se aparten de tu corazón todos los días de tu vida; antes bien, las enseñarás a tus hijos, y a los hijos de tus hijos. (Deuteronomio. 4:9)
Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.