Salió Jesús de allí y vino a su tierra, y le seguían sus discípulos.
Y llegado el día de reposo, comenzó a enseñar en la sinagoga; y muchos, oyéndole, se admiraban, y decían: ¿De dónde tiene éste estas cosas? ¿Y qué sabiduría es esta que le es dada, y estos milagros que por sus manos son hechos?
No es éste el carpintero, hijo de María, hermano de Jacobo, de José, de Judas y de Simón? ¿No están también aquí con nosotros sus hermanas? Y se escandalizaban de él. Mas Jesús les decía: No hay profeta sin honra sino en su propia tierra, y entre sus parientes, y en su casa.
Y no pudo hacer allí ningún milagro, salvo que sanó a unos pocos enfermos, poniendo sobre ellos las manos. Y estaba asombrado de la incredulidad de ellos. Y recorría las aldeas de alrededor, enseñando. (Marcos, 6:1-6)
Al leer de nuevo el evangelio de Marcos, y en concreto la porción transcrita más arriba, me quedé a la vez que sorprendido, pensativo; aunque siempre suele pasarme cuando leo los citados versos.
Me cuesta mucho comprender que los mismos que se admiraban de la sabiduría de Jesús, se escandalizaran de él. Limitando a Jesús por la incredulidad de la que hacían gala.
Actitud que me ha llevado a recordar lo que me sucedió al principio de conocer a Jesús, aunque de ello ya hayan pasado varios lustros, así que les cuento: Tenía en aquel entonces alrededor de 30 años y lo primero que hice fue declarar mi fe en Jesucristo a mis compañeros de trabajo; testificaba y repartía folletos entre ellos, y en ocasiones les invitaba a que me acompañasen al culto.
Sólo conseguí que un par de ellos, y creo que por lástima más que por convicción, me acompañasen en una ocasión a un evento, el resto a mis espaldas se reían de mí.
Pero lo más duro fue cuando tuve que testificar por las calles de mi pequeña ciudad dónde todos nos conocían, acompañado de mi esposa y de nuestros dos pequeños hijitos, y de un puñado de hermanos. Cuando me vieron mis amigos, más bien mis ex compañeros de “farra” no sabían dónde meterse para no verse cara a cara conmigo, al creer que estaba metido en alguna cosa fea y mala, y que a pesar de conocerme desde la infancia no querían saber nada de mí.
Incluso mis familiares más directos no se acababan de creer, que lo que les decía de Jesucristo lo hacía con total convicción, pensando que estaba sufriendo algún tipo de crisis transitoria, y que en poco tiempo me iba olvidar de todo, y volver a mi vida anterior.
Han pasado ya más de 30 años y las cosas aún siguen igual, los que me conocían entonces aun se ríen a mis espaldas, cuando les dicen que soy «el pastor» de la congregación; no se olvidan de quien fui y no quieren llegar a conocer quien soy ahora, y menos aún conocer a Jesucristo.
Situación que creo no es ajena a algunos de los que lean este artículo, por haberla vivido, o estar viviéndola. ¿Verdad?
Incluso conozco a pastores que ninguno de sus hijos, tiene a Jesús, como su Señor; y a otros que ni su propia esposa acepta su testimonio. Y no digamos del resto de los familiares más cercanos.
Pero lo más serio, es que los que decimos y declaramos “creer en Jesús”, no lleguemos a creer lo que nos dice Jesús que podemos hacer en su nombre, limitándole de la misma manera que le limitaron en su propia tierra los que le vieron crecer, incluso su propia familia. (Juan, 7:5)
Porque la incredulidad no es solo patrimonio de los que lo rechazan, sino también de los que siendo creyentes actuamos como si no lo fuéramos, al retraernos a obrar en su nombre; comportándonos así algunas veces por vergüenza, otras para no hacer el ridículo y otras por miedo al qué dirán, pero mayormente (realmente) por incredulidad. Dejando pasar la oportunidad para que otros (más valientes) la aprovechen; haciendo lo que muy bien podríamos haber hecho nosotros en el nombre de Jesucristo. (Mateo 13:58)
Siendo precisamente los creyentes los que más limitamos a Jesús. Ya que conociéndole, le impedimos que haga las obras que dijo haría a través nuestro; (Juan 14:12) porque a pesar de estar repitiendo hasta la saciedad que es Él, y no nosotros, el que obra maravillas, la incredulidad nos hace dudar de que esto pueda ser posible, cercenando parte del evangelio de Jesucristo. Limitándonos, generalmente, a reunirnos para cantar y predicar, y “recordarnos” unos a otros continuamente, que no debemos dejar de congregarnos “como algunos tienen por costumbre”.
Y claro que debemos congregarnos, pero también debemos orar por los enfermos, por los cautivos, por cualquier necesidad y por un montón de cosas más, con las cuales podemos ayudar y bendecir a nuestros semejantes; liberando así nuestra fe en Jesucristo; y no solo en “la iglesia” sino en cualquier lugar fuera de ella, porque gran parte de nosotros tenemos la fe cautiva entre las cuatro paredes del “templo” donde nos congregamos al sentirnos cómodos, seguros y arropados. Limitando al Señor aun lugar determinado, como si de un sagrario evangélico se tratara.
La Palabra de Dios no puede estar presa, porque no es para el disfrute de unos pocos, sino para que sea conocida por la mayor cantidad de gente posible, y que los que la conocemos y sabemos cómo actúa, debemos sin limitaciones ponerla en circulación para que actúe tal como ella es y para lo que ha sido enviada. (Isaías, 55:10-11)
Porque el compromiso para no limitar al Señor Jesucristo, de todo el que se considere su discípulo, es creer en cada una de sus promesas:
Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré. (Juan, 14:13-14)
Así que ya no más dudas. Que no te importe lo que piensen de ti. Habla de Jesús, ora por las necesidades de la gente, por los enfermos. Da a conocer la Palabra de Dios. Que nada te detenga. Que no tenga que decirnos de nuevo el Señor, lo que en una ocasión les dijo a sus discípulos:
¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os he de soportar?(Marcos, 9:19)
Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.
Antonio muy bueno, eso es lo que al Señor le agrada, y es lo que espera de nosotros, es nuestra responsabilidad como cristianos, porque la fe sin obras es muerta. Un abrazo para ti, y para todo el centrocristianolavila, muchas gracias. MANUEL.
Estimado Pastor: hoy antes de acostarme, oré de rodillas suplicando al Señor, adorándole, agradeciéndole, pero sobre todo ROGÁNDOLE por un problema MUY SERIO que tengo en mi familia, y luego recordando lo que hoy me contestaste respecto a si es más importante si orar o leer la Palabra, vine a éste, tu artículo, y en SAN JUAN 14:13,14 que tú citas, ENCONTRÉ LA RESPUESTA DEL SEÑOR.
Bendiciones.
Muy buen artículo, me encantó.
Abrazos y bendiciones, Rene.
Dios ha hablado a mi vida a través de este artículo y a la de mi familia también. Creo que a todos nos pasa esto en alguna ocasión. Aún más cuando hemos vivido en el mundo tantas cosas y a las personas más allegadas les cuesta creer en nuestro cambio. Que Dios le bendiga mucho y gracias al Señor por usarlo a usted pastor para que llegue su mensaje a nosotros.
Dios continue bendiciendolo,
Yunett.
!Así es y así debería ser! y oro para que el Señor me conceda oportunidades donde se pueda glorificar más en mi vida. Ël lo sabe todo. Un saludo para todos.