La voz de Jesús.

 

 

Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen,  así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas.  También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor. (Juan, 10:14-16)

Después de haberle devuelto la vista Jesús aun ciego de nacimiento untándole los ojos con barro hecho con su saliva, (Juan, 9:6-7) tuvo que aclararles quien era y cuál  era su cometido, al  enjambre de fariseos que siempre revoloteaban alrededor de Él, buscando la ocasión para acusarle de blasfemo.

Les menciona Jesús que atraería a Él  los que oyeran su voz, aunque estuvieran en otros lugares, incluso de lugares distantes. Y esto es algo que al principio de mi caminar con el Señor me intrigó,  ya que  veía a  gente que a pesar de oír  el mismo mensaje,  no tomaban la misma decisión.

Al tiempo entendí el motivo: no era lo mismo oír que escuchar. Porque todos oímos pero no todos escuchamos, según la opinión de los expertos en el tema y que a continuación trascribimos:

“El oír se hace de manera pasiva, se trata simplemente de percibir vibraciones de sonido. No es más que un aspecto fisiológico relacionado con las sensaciones. En cambio escuchar implica, además de oír, interpretar lo que se oye. Se trata de la capacidad de captar el mensaje en toda su amplitud, no sólo prestando atención a lo que se percibe verbalmente, sino también a lo que observamos a través de la comunicación no verbal, tono de voz y lenguaje corporal de la persona que habla. Podemos decir entonces que se trata de entender, comprender y dar sentido a lo que se oye”.

La conversión de Saulo perseguidor de la Iglesia de Jesucristo,  es un claro ejemplo que nos da La Escritura sobre la diferencia que existe entre el   oír y el escuchar  la voz de Jesús. Y para ello tomaremos algunas porciones bíblicas  relacionadas con lo acontecido al apóstol Pablo, el que  antes era Saulo:

Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, vino al sumo sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si hallase algunos hombres o mujeres de este Camino, los trajese presos a Jerusalén. 
Mas yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo; y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? El dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón. El, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer.  Y los hombres que iban con Saulo se pararon atónitos, oyendo a la verdad la voz, más sin ver a nadie. 
(Hechos, 9:1-7)

No se menciona aquí la cantidad de hombres que acompañaban a Saulo, sólo que al “oír la voz” los que iban con él se quedaron desconcertados y asombrados,  (atónitos)  el único que “escuchó la voz” y   captó el mensaje fue Saulo. Mensaje que le hizo cambiar de actitud que es lo que suele hacer La Palabra de Dios con todos aquellos que no sólo la oyen, si no que la escuchan.

A continuación tenemos de boca de Pablo, el testimonio de lo ocurrido  en el camino de Damasco, que  al haber sido detenido en Jerusalén por una supuesta profanación del Templo, vio la oportunidad de dar a conocer al pueblo  lo que realmente aconteció cuando se dirigía a Damasco acompañado de un contingente de hombres:

 Perseguía yo este Camino hasta la muerte, prendiendo y entregando en cárceles a hombres y mujeres; como el sumo sacerdote también me es testigo, y todos los ancianos, de quienes también recibí cartas para los hermanos, y fui a Damasco para traer presos a Jerusalén también a los que estuviesen allí, para que fuesen castigados. Pero aconteció que yendo yo, al llegar cerca de Damasco, como a mediodía, de repente me rodeó mucha luz del cielo; y caí al suelo, y oí una voz que me decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Yo entonces respondí: ¿Quién eres, Señor? Y me dijo: Yo soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues. Y los que estaban conmigo vieron a la verdad la luz, y se espantaron; pero no entendieron la voz del que hablaba conmigo. Y dije: ¿Qué haré, Señor? Y el Señor me dijo: Levántate, y ve a Damasco, y allí se te dirá todo lo que está ordenado que hagas. (Hechos, 22:4-10)

De nuevo vemos aquí como Pablo asegura que los que le acompañaban vieron atemorizados, la luz que le  rodeó  y oyeron la voz,  pero no la entendieron. Sólo Pablo se interesó por lo que estaba aconteciendo.

Y también  tiene Pablo la oportunidad de relatar lo sucedido en el camino a Damasco, ante el rey Agripa y otros gobernantes y autoridades; oportunidad que aprovecha:

Ocupado en esto, iba yo a Damasco con poderes y en comisión de los principales sacerdotes, 
cuando a mediodía, oh rey, yendo por el camino, vi una luz del cielo que sobrepasaba el resplandor del sol, la cual me rodeó a mí y a los que iban conmigo.  Y habiendo caído todos nosotros en tierra, oí una voz que me hablaba, y decía en lengua hebrea: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dura cosa te es dar coces contra el aguijón.  Yo entonces dije: ¿Quién eres, Señor? Y el Señor dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues.
(Hechos, 26:12-15)

Amplía un poco más aquí Pablo el relato de lo acontecido al señalar que la luz les rodeó a todos por igual  y que todos al igual que él, cayeron al suelo, y también todos  oyeron la voz, pero  sólo él,  la “escuchó”.

Las Escrituras no mencionan  si alguno de los que acompañaban a Pablo, cuando se dirigían a Damasco, al haber compartido la misma experiencia,  se interesara por el cambio tan repentino que se produjo  en su  exaltado líder (Hechos, 8:1-3) ya que de perseguidor de la Iglesia de Jesucristo,  se convirtió al  formar parte de ella, en un instrumento escogido en las manos de Dios para darla a conocer. (Hechos, 9:11-16)

Así que ya no es una intriga para mí, como he mencionado al principio,  que oyendo el mismo mensaje y viendo las mismas cosas y teniendo las mismas experiencias unos sigan a Cristo y otros no. Porque de lo que se trata,  es,  que desde el corazón, se   escuche la voz de Jesucristo el Señor, para seguirle y servirle. Así de simple.

Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. (Juan, 10:27-28)

 

Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.

 

 

 

 

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