Edificando, Exhortando y Consolando.

 

Pero el que profetiza, habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación. (1 Cort. 14:3)

Es la segunda vez que nos visita un hermano de Irlanda al que el Señor, utiliza en la palabra profética.

Le invitamos no por la fama que le precedía, sino por la sencillez que le envolvía.

Vino acompañado por su también sencilla esposa; sin alardes ni pompa alguna, y menos aún con aíres de profeta.

No nos habló de cambios de ciclos, ni de conquistas, ni de arrancar y menos de plantar. No envió a nadie a “las naciones”, cuestión esta que está de moda entre muchos profetas. Tampoco realizó ningún “acto profético”. Se limitó a exponer La Palabra de Dios, con la sencillez que le caracteriza, pero no carente de autoridad.

Nos habló sobre el servicio, del significado del servicio, tal y como lo exponen las Escrituras. Entendimos que llamarse “siervo de Dios”, no es el haber obtenido “un título nobiliario espiritual”, sino que lo que realmente significa, es: Estar sometido o entregado totalmente a otra persona, en este caso al Señor; por lo tanto al estar sometidos totalmente al Señor, se requiere de nosotros que sirvamos, mejor dicho, que seamos siervos de otras personas.

Dejando muy claro, que servimos Señor, en la medida que servimos a otros.

Todo lo contrario de lo que enseñan algunos profetas, que declaran que a un “siervo del Señor” se le debe servir. (Mateo, 23:11)

Al terminar la exposición de La Palabra, que trató como acabo de exponer del servicio al que estamos llamados y nos debemos los creyentes, quiso orar por los presentes, invitando a pasar al frente a quien lo deseara. Además de haberlo hecho con anterioridad, por los que el Señor le indicó; que entre ellos nos encontrábamos mi esposa y yo.

Como responsable que me siento de la congregación y que además lo soy por mandato del Señor, presté mucha atención a las palabras que el profeta le dirigió en el nombre del Señor a cada una de las personas que pasaron al frente. (1ª Cort.  14:29)

A algunos, les edificó con lo que les dijo, a otros les exhortó, y a otros tantos les consoló. Hubo también quien fue a la vez que consolado, edificado; otros exhortados y edificados; y los más exhortados, consolados y edificados.

Pude constatar que tanto la palabra de sabiduría como la de ciencia, no faltaron en esta ocasión tan especial.

Incluso nos retó como congregación, a mantener una relación de amor incondicional con el Señor, para que el “creced y multiplicaos” no solo sea una frase hecha sino una realidad.    (Lev. 26:9)

Reto que tomamos muy en serio, porque entendemos que el resultado de la relación con el Señor es siempre igual a bendición. Porque el Señor es poderoso, para hacer mucho más de todo lo que le pedimos, o podemos llegar a entender.

Por lo tanto,… a Él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén. (Efesios, 3:20-21)

Pero ahora viene la pregunta. ¿Qué necesidad tenemos actualmente de profetas, cuando tenemos las Escrituras para guiarnos, enseñarnos e instruirnos?

Pues porque la profecía, llámese (también) palabra de sabiduría o de ciencia, bien entendida y desarrollada, en un contexto bíblico adecuado, ayuda cuando menos, a vernos tal y como el Señor nos ve, edificándonos, exhortándonos y consolándonos, como señal divina que es. (1 Cort. 14:22)

Y no solo de manera individual, sino también colectiva, porque:

… el que profetiza, edifica a la iglesia.    (1 Cort. 14:4)

Y la iglesia necesita ser edificada, por expertos peritos, como menciona san Pablo, (1 Cort. 3:9-11) conocedores de la Palabra de Dios, y que vivan conforme a ella.

Alertándonos el Señor Jesucristo, sobre los “peritos” que dicen una cosa y hacen otra, para que no nos desviemos del camino trazado por el mismo Señor.

Entonces habló Jesús a la gente y a sus discípulos, diciendo:En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos.
Así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; más no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen.
Porque atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres; pero ellos ni con un dedo quieren moverlas.
Antes, hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres. Pues ensanchan sus filacterias, y extienden los flecos de sus mantos; y aman los primeros asientos en las cenas, y las primeras sillas en las sinagogas, y las salutaciones en las plazas, y que los hombres los llamen: Rabí, Rabí.
Pero vosotros no queráis que os llamen Rabí; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos.
(Mateo, 23:1-8)

Así que nadie se llame a engaño, si teniendo oídos para oír y ojos para ver, ni oye ni ve.

 

Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.

 

 

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