Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. Tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado. (Eclesiastés, 3:1-2)
Meditando en esta porción de La Palabra, me vino a la mente la parábola del sembrador y en concreto el siguiente versículo: Y parte (de la semilla) cayó entre espinos; y los espinos crecieron, y la ahogaron.(Mateo, 13: 7)
Y la respuesta que les dio Jesús a sus discípulos, al preguntarle estos el sentido de las parábolas: El que fue sembrado entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa.(Mateo, 13:22)
Entendiendo, (por lo expuesto) que la mayor responsabilidad de que La Palabra no solo no de fruto, sino que se ahogue, recae sobre todos aquellos en que la semilla cayó, al permitir que la ambición y el amor al dinero, entre otras muchas más cosas, puedan más que La Palabra que en ellos se sembró.
Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados.(Hebreos, 12:15)
De ahí que sería bueno, arrancar desde la raíz, todo aquello que fue plantado en nuestro corazón, antes de conocer a Jesús y que no hemos del todo desechado, para que Su Palabra, germine y de fruto en nosotros, sin ningún tipo de estorbo.
Porque:
Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas. (Mateo, 6:24)
¿Podrías pensar en ello?
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Gracias, porque a menudo no nos damos cuenta que tenemos una parte que cumplir. Y esa parte es la de rechazar con firmeza (arrancar) todo aquellos que aunque no parezca malo, impide el crecimiento espiritual.