Todos conocemos perfectamente que el único mandamiento con promesa es el quinto del decálogo.
Quizá se deba porque el ser humano olvida fácilmente todo el bien que se le ha hecho o que se le hace, aunque este provenga de sus propios padres; y nunca o difícilmente olvida, un daño o una ofensa recibida.
Se olvida fácilmente todo el sacrificio, todo el esfuerzo y todo el tiempo dedicado por los padres (a fin de evitarles privaciones de cualquier tipo) a sus hijos; esforzándose hasta conseguir para ellos, si les es posible, una vida aún mejor que la que ellos tuvieron.
Suelen llegar a olvidar algunos hijos, que sus padres también fueron jóvenes y fuertes, que suplieron todas sus necesidades, tanto materiales como emocionales, cuando ellos por si mismos no podían.
Es posible que algunos hijos lo olviden, (Marcos, 7:9-13) pero Dios nunca olvida los desvelos, las privaciones y las oraciones de los padres; de ahí el 5º mandamiento y la promesa que conlleva.
Los hijos algún día llegarán a ser padres; es ley de vida, dedicando la mayor parte de sus energías al cuidado y bienestar de sus propios hijos, al igual que hicieron sus progenitores con ellos; esperando cuando les llegue el momento, ser honrados también, de la misma forma con que se supone y espera el Señor que ellos honren a sus padres; tal como lo estableció el Señor nuestro Dios.
Honrar a los padres es respetarles en todo: considerándoles con miramiento, atención y deferencia.
Honra a tu padre y a tu madre como Jehová tu Dios de ha mandado, para que sean prolongados tus días, y para que te vaya bien sobre la tierra que Jehová tu Dios te da. (Deut. 5:6)
¿Podrías pensar en ello?