Se reúne, la congregación a la que pertenezco, cada sábado por la tarde, para leer y examinar las Escrituras de manera llana y distendida.
Utilizo dichos términos porque la lectura en cuestión, no está encorsetada con dogmas, ni puntos de vista preconcebidos. Sino que a través de la oración y según nuestra capacidad y talento, y confiando siempre en la extraordinaria ayuda que el Espíritu Santo brinda a los que en el confían, nos atrevemos a ello.
Solemos alternar los distintos libros de la Biblia, para hacer amena y atrayente la lectura, ya que no todos estamos en el mismo nivel de conocimiento en cuanto a La Palabra. Algunos son nuevos en los caminos del Señor, otros ya llevamos transitando esos caminos varios años, pero, tanto los unos como los otros, necesitamos alimentarnos y conocer más de La Palabra de Dios.
Ahora estamos leyendo Levítico, libro que puede resultar en parte “aburrido” para algunos, pero no debemos olvidar que forma parte del canon bíblico y por lo tanto inspirado. Y como inspirado, podemos sacar de él variadas y beneficiosas enseñanzas.
Pues bien, en el capítulo 10 de Levítico, encontramos el relato de lo sucedido a dos de los hijos de Aarón, hermano de Moisés:
Nadab y Abiú, hijos de Aarón, tomaron cada uno su incensario, y pusieron en ellos fuego, sobre el cual pusieron incienso, y ofrecieron delante de Jehová fuego extraño, que él nunca les mandó.
Y salió fuego de delante de Jehová y los quemó, y murieron delante de Jehová. (Lev. 10:1-2)
Lo sucedido a estos dos hombres jóvenes, como acabamos de leer, fue algo terrible; y no vamos a entrar en que si su imprudencia se debió a que no tomaron fuego del altar para su incensario como señalan algunos, (Éxodo, 30:7-9) o como creen otros, bebieron más de la cuenta, atreviéndose, debido a esto último, a entrar ambos donde sólo podía entrar el sumo sacerdote y en contadas ocasiones. (Lev. 10:8-11)
Así que vamos a detenernos, o más bien a fijarnos en que estos dos jóvenes, hijos de Aarón y por lo tanto sobrinos de Moisés, tuvieron el privilegio de ser llamados por el Señor, para que junto a su padre Aarón, su tío Moisés y setenta ancianos de Israel, subieran al monte de Jehová y contemplaran la gloria de Dios:
Dijo Jehová a Moisés: Sube ante Jehová, tú, y Aarón, Nadab, y Abiú, y setenta de los ancianos de Israel; y os inclinaréis desde lejos.
Pero Moisés solo se acercará a Jehová; y ellos no se acerquen, ni suba el pueblo con él. Y Moisés vino y contó al pueblo todas las palabras de Jehová, y todas las leyes; y todo el pueblo respondió a una voz, y dijo: Haremos todas las palabras que Jehová ha dicho. Y Moisés escribió todas las palabras de Jehová, y levantándose de mañana edificó un altar al pie del monte, y doce columnas, según las doce tribus de Israel.
Y envió jóvenes de los hijos de Israel, los cuales ofrecieron holocaustos y becerros como sacrificios de paz a Jehová. Y Moisés tomó la mitad de la sangre, y la puso en tazones, y esparció la otra mitad de la sangre sobre el altar. Y tomó el libro del pacto y lo leyó a oídos del pueblo, el cual dijo: Haremos todas las cosas que Jehová ha dicho, y obedeceremos.
Entonces Moisés tomó la sangre y roció sobre el pueblo, y dijo: He aquí la sangre del pacto que Jehová ha hecho con vosotros sobre todas estas cosas.
Y subieron Moisés y Aarón, Nadab y Abiú, y setenta de los ancianos de Israel; y vieron al Dios de Israel; y había debajo de sus pies como un embaldosado de zafiro, semejante al cielo cuando está sereno. Más no extendió su mano sobre los príncipes de los hijos de Israel; y vieron a Dios, y comieron y bebieron. (Éxodo, 24:1-11)
Además, fueron escogidos para el sacerdocio al igual que sus otros dos hermanos, Eleazar e Itamar:
Harás llegar delante de ti a Aarón tu hermano, y a sus hijos consigo, de entre los hijos de Israel, para que sean mis sacerdotes; a Aarón y a Nadab, Abiú, Eleazar e Itamar hijos de Aarón. (Éxodo, 28:1)
Y no sólo escogidos para ser sacerdotes, sino que llegaron a ser consagrados para tan importante y trascendental labor, junto a su padre Aarón:
Tomarás luego el otro carnero, y Aarón y sus hijos pondrán sus manos sobre la cabeza del carnero. Y matarás el carnero, y tomarás de su sangre y la pondrás sobre el lóbulo de la oreja derecha de Aarón, sobre el lóbulo de la oreja de sus hijos, sobre el dedo pulgar de las manos derechas de ellos, y sobre el dedo pulgar de los pies derechos de ellos, y rociarás la sangre sobre el altar alrededor.
Y con la sangre que estará sobre el altar, y el aceite de la unción, rociarás sobre Aarón, sobre sus vestiduras, sobre sus hijos, y sobre las vestiduras de éstos; y él será santificado, y sus vestiduras, y sus hijos, y las vestiduras de sus hijos con él. (Éxodo, 29:19-21)
Y que muy pronto, (es lo que parece) al verse encumbrados a tan importante y especial tarea, olvidaron su condición de meros servidores, tomando iniciativas que solo al Señor correspondían. (1ª Pedro, 4:10-11) Pagando, como todos sabemos, un precio muy alto por ello.
Actitudes a tener en cuenta, para no caer en ellas, los que de una manera o de otra, estamos al servicio de Dios, porque parece ser, (es lo que se dice) muchos de nosotros somos propensos a ello. En vez de menguar, cuando el Señor nos utiliza, nos crecemos, y el que mengua es el Señor. (Juan 3:30-31)
Porque ya se están dando casos, de hombres o mujeres, que al haber alcanzado renombre en círculos eclesiales o evangélicos, al haber sido llamados por el Señor para trabajar en “su campo” y haberles utilizado el Señor en distintas tareas (apostólicas, proféticas o evangelísticas) de manera exitosa, olvidándose del Señor que les rescató y llamó, decretan disposiciones y sentencias espirituales de todo tipo, sin tener autoridad para ello. Tomando además, decisiones de las que nada tiene que ver el Señor, añadiendo, o más bien dejando de lado parte de La Palabra de Dios, para introducir sus propias palabras como si de una nueva revelación de Dios se tratara. (2ª Pedro, 2:1)
Así que, tal vez sería bueno, no olvidarnos de Nadab y Abiú, que a pesar de ser haber sido escogidos, llamados y consagrados, por el Señor, fueron desechados, al no aprobar (el Señor) que hicieran lo que nunca les mandó; no sea que, también nosotros, al creernos “real sacerdocio y nación santa” creamos que todo (de lo espiritual hablo) nos es permitido, y hagamos lo que el Señor nunca nos mandó que hiciéramos. Cosa que, al tiempo, trae sus consecuencias.
Y, como ya está todo dicho, (el que lee, entienda) les dejo con la frase que oí de los labios de un reconocido maestro de La Palabra:
Cuando llegues a la meta, no olvides por quien y para que fuiste allí llevado.
Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.
Que Dios te bendiga Antonio. Un muy buen comentario de actitudes que muy a menudo se están dando. Son buenos los comentarios y reflexiones como estas para ayudar al pueblo de Dios a no envanecerse, a la vez, que dar gracias por la humildad que muestran algunos lideres, pastores y siervos de Dios.
MUY BUENA LA COMPARACIÓN Y LA ADVERTENCIA!!! BENDICIONES!! ABRAZOS PARA TODA LA CONGREGACIÓN!!
Saludos Antonio desde Tuxtepec, Oaxaca, México. muy buen artículo, enhorabuena y sigue atento a las revelaciónes que el Espíritu Santo tiene para prevenir a nuestros hermanos, en la fe del Señor Jesucristo. Bendiciones amado.
Muy buen aporte, muy recomendable! Saludos.