Se recomienda en las Sagradas Escrituras, a todos aquellos que en ellas creen, que sigan la paz con todos y la santidad personal, porque sin santidad (apartarse para Dios) nadie verá al Señor. (Hebreos, 12:14)
Y esto se debe, a que no debemos descuidar la dependencia y la relación con el Señor que nos rescató, para que no brote de nuestro corazón una raíz de amargura. Raíz que puede llegar a estorbar nuestro caminar en Cristo, y arrastrar (contaminar) a otros con nosotros.
Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados; no sea que haya algún fornicario, o profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura. Porque ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado, y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas. (Hebreos, 12:15-17)
Pero para que brote una raíz, aunque sea de amargura, previamente debe haber una semilla que la produzca, porque, sin semilla, no puede haber raíz. Y como la amargura se podría definir como un sentimiento duradero de frustración, resentimiento o tristeza al creer que se ha sufrido una injusticia, la semilla que la produce no es otra que aflicción del alma.
Y como la aflicción del alma, es un asunto espiritual, vamos a intentar tratar este asunto con mucha tacto y humildad, para no deslizarnos. (Hebreos,2:1)
En Deuteronomio 28, encontramos todas y cada una de las bendiciones que el Señor tenía preparadas para su pueblo, si guardaban y llevaban a cabo sus estatutos y mandamientos. Advirtiéndoles que, en caso contrario, les alcanzarían una serie inimaginable de maldiciones.
Les recuerda el Señor a su pueblo en el capítulo 29 de Deuteronomio como les cuidó durante los cuarenta años de su deambular por el desierto, hasta llegar a la tierra prometida; advirtiéndoles que recordaran como vivieron en Egipto y la idolatría que vieron en las naciones que atravesaron hasta llegar a Canaán, para no caer en el mismo error y darle paso a una raíz que, al apartarse del Señor y perder sus bendiciones, produzca hiel y ajenjo, es decir, amargura:
Porque vosotros sabéis cómo habitamos en la tierra de Egipto, y cómo hemos pasado por en medio de las naciones por las cuales habéis pasado; y habéis visto sus abominaciones y sus ídolos de madera y piedra, de plata y oro, que tienen consigo. No sea que haya entre vosotros varón o mujer, o familia o tribu, cuyo corazón se aparte hoy de Jehová nuestro Dios, para ir a servir a los dioses de esas naciones; no sea que haya en medio de vosotros raíz que produzca hiel y ajenjo, y suceda que, al oír las palabras de esta maldición, él se bendiga en su corazón, diciendo: Tendré paz, aunque ande en la dureza de mi corazón, a fin de que con la embriaguez quite la sed. (Deut. 29:16-19)
Raíz de amargura que, según las Escrituras brotó en el alma de Esaú, al vender, por no importarle, su derecho de primogenitura; perdiendo la bendición a ella vinculada, y, aunque lo intentó con lágrimas, no la pudo recuperar. (Gén. 25:29-34)
Por lo tanto, si habiendo conocido al Señor nos hubiéramos (consciente o inconscientemente) alejado como Esaú, “de la gracia de Dios” observáramos síntomas como: Pérdida de visión, o pérdida gradual de la fe, debido a heridas emocionales, (verdaderas o imaginarias) resentimientos, frustraciones, falta de perdón o de perdonar, es señal (casi) inequívoca que en nosotros, está brotando una dañina raíz de amargura, que puede afectar (contaminar) todo nuestro entorno; por lo que, al darnos cuenta, deberíamos, acudir al Señor y con mucha humildad, decirle: No te alejes de mí, porque la angustia está cerca y no hay nadie que me ayude. (Salmos, 22:11).
Para que, al levantar con la ayuda del Señor las manos caídas y las rodillas paralizadas, poder caminar por cada uno de los senderos (espirituales) trazados por el Señor Jesús, (Hebreos, 12:12-13) y dejar atrás, todo aquello, que nos condujo de la aflicción del alma, a la amargura espiritual. Siguiendo, además, para evitar que brote de nuevo una raíz de amargura, la recomendación hecha por el apóstol Pablo a los efesios, y por extensión, a todos aquellos que creemos que la Biblia es y contiene la voluntad de Dios:
Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo. (Efesios, 4:2-9-32)
Así que, de nosotros depende.
Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.
Dios ha sido bueno al permitirme reflexionar sobre el tema en esta tarde, cuán necesario es reconocer esas raíces de amargura! He regresado de un viaje con nostalgia por ver cómo la amargura consume a pueblos que se alejan de Dios, de su Palabra, si tenemos la luz del Señor no hay oscuridad porque seremos vestidos y alimentados cómo los lirios y aves del campo, somos criaturas supremas de la creación, anhelar y andar por la ruta de Cristo es lo seguro. Gracias pastor Antonio, también yo necesito desechar a tiempo esas raíces. Dios le bendiga.