Ni Comida, ni Bebida, sino…

 

 

En la carta que el apóstol Pablo dirige a los romanos y en concreto, en el capítulo catorce y parte del quince de la misma, les exhorta a no contender entre ellos por motivos banales; en este caso mayormente, por hábitos alimenticios.

Aunque muy bien, esta amonestación, se podría aplicar a muchas áreas de nuestra vida como creyentes que somos. Porque a pesar de que la epístola en cuestión iba a dirigida a los romanos, es una epístola Universal y, por lo tanto, nos alcanza como ya sabemos también a nosotros.

Y debido a ello vamos a fijarnos un poco más en los siguientes versículos:

No sea, pues, vituperado vuestro bien; porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. (Rom. 14:16-17)

La verdad es que en ocasiones, y no solo comiendo o bebiendo, se puede perder de vista el Reino de Dios, sino, a través de diferentes liturgias, tradiciones o ritos, que vienen a sustituir la genuina Palabra de Dios. (Col 2:8)

Cosas (las mencionadas) que a los que las practican, parece ser, les da la seguridad de su permanencia y pertenencia al Reino, pero la realidad es otra.

Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos tales como: No manejes, ni gustes, ni aun toques (en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres), cosas que todas se destruyen con el uso? Tales cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne. (Col. 2:20-23)

Porque si ya el Señor Jesús, dejó muy claro la necesidad de nacer de nuevo, tanto para ver, como para entrar en el reino de Dios, ¿Por qué, los que se supone que lo hemos hecho, (nacer de nuevo) seguimos viviendo apegados a lo material, como si no hubiéramos nacido de nuevo? (Juan, 3:1-7)

Y no me refiero solamente a bienes materiales, sino a conceptos y puntos de vista que no tienen nada que ver con el Reino de Dios.

Porque el reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder.(1ª Cort. 4:20)

Menciona Pablo a lo largo de los capítulos citados al principio, que las cosas materiales no tienen nada que ver con el Reino; al menos con el concepto que de él se tiene o se deba tener, pero que si se deben tener en cuenta, y muy en cuenta, algunos de los pilares que lo fundamentan, como son la justicia, la paz y el gozo.

Porque en el Reino de Dios, la justicia que es la abanderada de la verdad y la equidad, abre el camino a la tan deseada paz del alma, para converger en una intensa y placentera explosión de gozo, aderezada por la presencia del Espíritu Santo, tal y como se expresa en el siguiente salmo:

Jehová es mi pastor; nada me faltará.
En lugares de delicados pastos me hará descansar; Junto a aguas de reposo me pastoreará.
Confortará mi alma; Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre.
Aunque ande en valle de sombra de muerte, No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; Tu vara y tu cayado me infundirán aliento.
Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores; Unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando.
Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, Y en la casa de Jehová moraré por largos días.
(Salmos. 23:1-6)

Y que Jesucristo, como máximo representante y exponente del Reino de Dios, abrió las puertas a través de la cruz, para que todos aquellos que creyeran en su anuncio, pudieran gustar la justicia, la paz y el gozo en el espíritu y muchas más cosas, que Dios ha preparado para los que le aman.(1ª Cort. 2:9)

Pero la realidad es que al no recibir el Reino de Dios como niños, sino como complicados y cerebrales adultos, fijamos nuestros ojos en lo que no es, perdiéndonos lo mejor.

Y no solo nos las perdemos nosotros, sino que al desconocer (las cosas que Dios tiene preparadas) por nuestra doctrinal tozudez, injustamente, se las hacemos perder a otros. Y esto (opino) no debe ser así, porque:

… Al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado. (Santiago, 4:17)  

Y

¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? (1ª Cort. 6:9) 

 

Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.

 

 

 

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