Antes de pasar por la cruz, el Señor Jesús tuvo una serie de “charlas” con sus discípulos en las que les dejó claras algunas cosas de las que dudaban y otras que ignoraban, diciéndoles que lo hacía para que no tuvieran ningún tropiezo y confiaran en él: Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo. (Juan, 16:33)
Pero, ¿Qué es la confianza?
La palabra confianza según algunos diccionarios etimológicos, viene del latín y significa acción de confiar; está compuesta por el prefijo “con” que quiere decir junto o todo, más “fides” que significa fe o seguridad y el sufijo “anza” que es acción. Por lo tanto podríamos afirmar que la confianza es la condición del que tiene total seguridad en algo, en alguien, o en sí mismo, porque la confianza borra la duda y la incertidumbre.
Entendiendo por lo expuesto, que al confiar en el Señor Jesucristo, a pesar de las aflicciones, esa confianza (que es acción) nos va llevar a sentirnos frescos y renovados en todo tiempo, tal como lo expresa el profeta Jeremías:
Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová. Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto. (Jeremías, 17:7-8)
Y no sólo eso, sino que al haber depositado nuestra confianza en el Señor (como recomendó Jesucristo) no atrevemos a pedirle cosas que sin ella, sin la confianza, no nos hubiéramos atrevido a pedirle, porque según el apóstol Juan, el Señor al confiar en él, nos oye: Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho. (1 Juan, 5:14-15)
Así que de nosotros depende.
¿Podrías pensar en ello?