Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia. (1 Pedro 2:9-10)
Vivo en un país “católico” y es muy llamativo poder observar cada domingo como miles de personas asisten a la “iglesia”, la asistencia en verdad es impresionante.
Los domingo, hay cultos prácticamente a cada hora del día, para facilitar su asistencia; incluso los hay los sábados por la tarde, para los que tengan el domingo ocupado en otros menesteres y no puedan asistir. Cada día de la semana hay cultos.
Algunos solo van o les llevan a la “iglesia” en cuatro ocasiones durante toda su vida; en su bautismo, en su 1ª comunión, en su boda y en su funeral. Así y todo se denominan creyentes, aunque no practicantes ¿?
Nuestro mundo no es tan distinto del suyo, para mucha gente, para muchos de los “nuestros” la iglesia es tan solo un local o salón, del que se dice que es la casa de Dios, y que por lo tanto se debe ir al menos una vez por semana de visita, porque está bien visto y es bueno, visitar a Dios.
Estas personas quieren no ser inquietadas durante sus visitas. No toleran predicaciones ni predicadores que pongan el dedo en la llaga. Están de visita y lo correcto es no incomodarles, ya que ellas colaboran eficazmente en el sostenimiento de la iglesia, llámese edificio. En caso contrario, pueden no volver mas e irse a otra casa de Dios, debido al gran número de ellas.
A estas personas se les denomina, gente de Iglesia, solo tienen una actitud “cristiana” durante unas horas a la semana. No comprenden o no quieren comprender la diferencia de ser Iglesia, a ir a la iglesia.
Hay también otro tipo de gente muy distinta, son los que forman la Iglesia de Jesucristo, el pueblo de Dios.
El pueblo de Dios, también se congrega, pero lo hace regularmente, y no porque está bien visto, si no porque siente la necesidad de rendirle alabanza y adoración a su Señor. Porque ama al Señor y necesita demostrarle ese amor junto a sus hermanos en la fe.
Ser pueblo de Dios, significa ser diferente.
Sabemos que los distintos pueblos de la Tierra y según en que lugar del mundo donde estén enclavados esos pueblos, poseen unos rasgos diferenciales. Así también, los rasgos que al pueblo de Dios le hacen diferente, son: la santidad,la moralidad y la verdad de Jesucristo.
Ser pueblo de Dios, es algo mas que una asistencia a la iglesia. Es, que por medio del Señor Jesucristo y de la misericordia de Dios, nos ha hecho sacerdotes para anunciar las virtudes de nuestro salvador y Señor Jesucristo. Y difícilmente lo podremos conseguir si no tenemos en cuenta lo que nos dice el apóstol Pedro en la segunda de sus epístolas. (2 Pedro 1:3-8)
La gente de iglesia siempre se encuentra donde está el pueblo de Dios; desean aprovecharse de las bendiciones que el Señor tiene para con su pueblo. (Éxodo 12:37-38)
El pueblo de Dios, está siempre en contacto con el Señor, pendiente de Él y dispuesto para Él, su tiempo es del Señor y no tiene necesidad de que nadie les apure para seguirle, porque siempre está preparado y dispuesto.
Son pueblo de Dios siempre, no durante unas horas a la semana; viven para el Señor y no temen a la exhortación ni a la reprensión, cuando esta viene de parte del Señor, porque ellos saben, que el Señor al que ama disciplina. (Hebreos 12:5-6)
Ser pueblo de Dios, significa ser ciudadano del Reino de los Cielos, sujeto a las leyes divinas, acatando la voluntad y los estatutos, del Rey de Reyes y Señor de Señores.
Leyes que el mismo Señor ha puesto en la mente de su pueblo, y sobre el corazón de su pueblo, las ha escrito, para serles a ellos por Dios.
Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos lo hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras. (Tito 2:11-14)
Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.