Me invitaron a participar en un evento en que el tema que me asignaron, en caso de aceptar, debía tratar sobre como equilibrar el temperamento y los dones del Espíritu. Invitación que acepté, pero que estuve a punto de rechazar, por la complejidad del tema propuesto. Y que a Dios gracias, pude, (a mi entender) desarrollar de manera sencilla y escueta.
EL CARÁCTER. –
Para comenzar, podríamos definir a grosso modo que el carácter es el conjunto de cualidades psíquicas y afectivas que condicionan la conducta de cada individuo. El carácter se determina por el entorno social y cultural a que pertenece cada ser humano, lo cual ayuda a fijar la conducta y moralidad de la persona. Carácter que, se puede controlar, educar y cambiar: Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres. (Juan, 8:36)
EL DON. –
La palabra don se deriva del latín, y se define como la capacidad extraordinaria o especial para hacer algo. De esta forma, alguien que tiene un don posee una habilidad intelectual, física o creativa superior al promedio, en lo que puede ser considerado como un sinónimo del talento.
En lo espiritual, un don es la dádiva o regalo que el Señor otorga a los creyentes para edificación de su Iglesia: Así también vosotros; pues que anheláis dones espirituales, procurad abundar en ellos para edificación de la iglesia. (1 Cort. 14:12)
EN EL PRINCIPIO. –
Una vez definidos brevemente el significado de carácter y don, nos dirigimos a lo que aconteció al principio de la creación de Dios, porque… Creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. (Gén. 1:27)
Que, al ser Dios Espíritu, y soplar Dios en el hombre, (Gén, 2:7) le insufló además de aliento de vida, su carácter; que muy bien se podría definir, como: Amor, conocimiento pleno, justicia, santidad, verdad, moralidad, racionalidad, sentimiento y voluntad.
Imagen de Dios, que poseyó el hombre, mientras se mantuvo en obediencia a Él. Pero una vez que hubo pecado, perdió lo más esencial: El amor, el conocimiento pleno, la justicia, la santidad y la verdad.
Quedando el carácter del hombre limitado a: Moralidad, racionalidad, conciencia, sentimiento y voluntad.
Y así se mantuvo a lo largo de los siglos, con la excepción, según La Palabra de Dios, de algunos hombres que el Señor “llamó y amoldó” para llevar a cabo sus planes, como, por ejemplo: Abraham, Moisés, Jacob, Samuel, David y los muchos profetas que el Señor utilizó, para que Israel su pueblo, se mantuviera fiel a las ordenanzas y estatutos por Él establecidos.
LOS DONES. –
Tuvo, por lo ocurrido “en el principio”, que venir el Hijo de Dios, a buscar y a salvar lo que se había perdido. (Lucas, 19:10) Que entre otras cosas fueron: el amor, (1 Juan, 4:16) el conocimiento pleno, (Col. 3:9-10) la justicia, la santidad y la verdad. (Efesios, 4:22-24)
Y, además, dio dones a los hombres. (Efesios, 4:8) Dones que iban a llegar sin esfuerzo, a los que, oyendo las palabras de Jesús, se arrepintieran y convirtieran de corazón, porque: Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación. (Santiago, 1:17)
Cómo, por ejemplo:
PEDRO.
El apóstol Pedro, fue uno de los doce que el Señor Jesús, escogió; era el más “lanzado” el que siempre se precipitaba en hablar y en tomar decisiones, aunque fueran equivocadas, debido a un carácter fuerte e impetuoso, incluso podríamos decir que valiente, aunque en ocasiones demasiado impulsivo, como en el caso de Malco, al que le cortó una oreja. (Juan, 18:10)
Pero una vez, arrepentido, después de haber negado al Señor Jesús hasta tres veces, y, haberle “ajustado” el Señor Jesús, el carácter a Pedro, le insta, junto a los demás a esperar la promesa: He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto. (Lucas, 24:49) Que, al recibirla, una vez canalizado su carácter a través del Espíritu Santo, comenzaron a manifestarse los dones del Espíritu en él. Ejemplo: el cojo de nacimiento, en la puerta de la Hermosa. (Hechos, 3:1-8)
PABLO.
Este varón era un fariseo empedernido, que defendía al judaísmo con todos los medios a su alcance, sin detenerse ante nada para frenar a los seguidores de Jesús. (Hechos, 22:3-5) Pero al tener un encuentro personal con Cristo, impactado, cambió su percepción de las cosas, cambió su carácter; de perseguidor se convirtió en perseguido. (Hechos, 22:6-10)
Y que, al igual que Pedro, al haberse rendido a Cristo, el Señor acomodó en él, lo espiritual: Amor, conocimiento pleno, justicia, santidad y verdad. (Efesios, 1:3) Algo que se había perdido y que entre otras cosas vino Cristo a buscar, para entregárselos a los hombres: Porque, así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos. (Rom. 5:19)
Consiguiendo, el Señor Jesús, al recuperar la imagen o carácter de Dios, que, los hombres estuvieran completos en él, (Col. 2:10) de tal modo, que, si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. (2 Cort. 5:17)
CONCLUSIÓN. –
Por lo tanto, como equilibrio es sinónimo de armonía y moderación, para que este exista, debe haber en primer lugar, una buena relación (armonía) entre el Señor y el hombre: Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho. (Juan, 15:7)
Y, en segundo lugar, la mesura, (moderación) debería ser, la mejor forma de relacionarnos con nuestros semejantes; ya que, de ello, depende en gran parte nuestro carácter. Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas. (Mateo, 7:12)
Conduciéndonos, (lo mencionado) a nacer de nuevo. Porque, al nacer de nuevo, se forma un carácter nuevo, que, al seguir las enseñanzas de Jesús, se va perfeccionando, hasta conseguir, según el Señor Jesús, el verdadero equilibrio:
Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga. (Mateo, 11:29-30)
Por lo tanto, la obediencia, mansedumbre y humildad, son el verdadero equilibrio entre el carácter y los dones, en el hombre.
Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.