Oh Dios, no guardes silencio; No calles, oh Dios, ni estés quieto. (Salmos, 83:1)
Durante nuestro caminar en Cristo, muchos de nosotros, en alguna ocasión, hemos tenido el sentir de que el Señor no nos hablaba, o mas bien que nos había dejado de hablar.
Y no se trata de que nuestra oraciones no hayan tenido respuesta, sino que, después de habernos Dios hablado, su silencio ha sido patente.
Y la verdad es que en ocasiones, el Señor, no nos habla.
Pero….., ¿porqué no nos habla el Señor? Tal vez no lo haga, porque de momento, no tiene nada mas que decirnos. Nos dijo lo que tenía que decirnos, y está esperando. Esperando quizá, que concluyamos la tarea que nos encomendó, para de nuevo dirigirse a nosotros y encomendarnos otra tarea.
Esta fue mi experiencia sobre el silencio de Dios, y que a continuación les paso a relatar:
Hace ya algunos años, sentí que el Señor deseaba, que preparase a jóvenes de ambos sexos, para que recibieran en heredad la ciudad donde vivíamos, es decir que mi respuesta a las oraciones que durante años le había dirigido, pidiendo por mi ciudad, eran contestadas; pero que los que iban a ver cumplida totalmente mi petición, serían otros; los jóvenes que yo tendría que preparar.
Comencé a hacer lo que el Señor me había encomendado, pero con el tiempo, deseaba que de nuevo me hablase; quería saber si lo que estaba haciendo era lo correcto o no; si lo hacía bien o mal, pero el Señor no me hablaba; su silencio me inquietaba. Hasta llegué a pensar que todo había sido un deseo mío; que me había equivocado. Incluso creía que no era la persona adecuada para llevar a cabo esa labor, en caso de haberme hablado el Señor.
Aunque desanimado, seguía desarrollando mi trabajo con mas pena que gloria; veía a los jóvenes, cada vez menos jóvenes, porque los años iban pasando; algunos de ellos casados; otros a punto de hacerlo y el resto con sus estudios terminados, yéndose a vivir a otros lugares. Y Dios continuaba sin hablarme.
Seguía sin darme cuenta, de que mi labor estaba inconclusa, y el Señor estaba esperando que la concluyera; ese era el motivo de su silencio, del silencio de Dios.
Así que un día, comencé a hacer memoria de lo que me había dicho el Señor, recordando que: -Le rogaba a Él, constantemente, que derramara su Espíritu sobre mi ciudad; que tocara los corazones de sus habitantes, y se convirtieran a Él.-
Y que para mi asombro, una madrugada, su respuesta fue: -Dile a los jóvenes, que yo les he entregado Villajoyosa, (mi ciudad).-
A la vez, sentí en mi interior (cuando recibí la respuesta de Dios) que debía prepararles para ello. Debia,(es lo que me dijo el Señor) limpiar la tierra de piedras y espinos, y esparcir la semilla (sembrar la Palabra) alertándome, que otros recogerían la cosecha. Pero que vería, «aunque de lejos» el derramamiento del Espíritu de Dios sobre mi ciudad, Villajoyosa.
Lo recordado me impactó, haciéndome ver la cosas de manera diferente, y consciente de cual era mi tarea, ya no esperé a que Dios me hablara de nuevo, sino que me apliqué a realizar la labor que el Señor me había encomendado, porque sabia lo que debía hacer y lo que el Señor esperaba de mi.
Cuando el Señor está en silencio, es que está esperando que concluyamos la labor que nos encomendó.
Y para mi sorpresa, a partir de entonces el Señor me ha hablado en varias ocasiones por distintos medios y sin pedirle que lo hiciera. Llevándome además a lugares que nunca hubiera imaginado para que compartiera mis experiencias con Él.
No dejando de lado la labor que el Señor en su día, me encomendó.
Los jóvenes hoy, aunque menos jóvenes, pero mas conscientes de su responsabilidad, junto a sus esposas e hijos, están dedicados a ganar la ciudad para Cristo. Ocupados cada uno de ellos, ya sea en el hogar, en el trabajo o en cualquier otro lugar, a dar testimonio de su fe en el Señor Jesucristo.
Esperando y creyendo firmemente en la palabra que el Señor un día nos dirigió.
Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mi vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para lo que la envié. (Isaías, 55:10-11)
ES UNA GRAN RESPONSABILIDAD Y UN ENORME PRIVILEGIO FORMAR PARTE DE «ESOS JOVENES».
Bendiciones hermano lei este articulo que me mencionaste.
Es muy bueno me ha hecho pensar en mi familia. Soy lider de una célula en Vinces, Ecuador, mi familia casi toda asiste y le he pedido a DIOS que tome sus vidas, se los he entregado al Señor, pero aun no me responde. Recuerdo que el Señor cuando yo era lider de otra celula puso en mi corazon formar esta célula con mi familia pero aun nadie recibe al Señor, así que sigo orando y predicando, porque El Señor me a llamado a ser un atalaya.
Muy bueno el artículo, gracias. DIOS los bendiga.
Amen.