El propósito y las promesas de Dios.

 

Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. (Rom. 8:28)

Es bastante habitual, que, al exponer la Palabra de Dios, en muchas ocasiones, se incida, en cada una de las promesas que Dios hizo tanto a su pueblo, como a determinados personajes de la Biblia.  Invitando a los oyentes a apropiarse de dichas promesas, a hacerlas suyas; y, de hecho, muchos lo hacen.  Incluso, en alguna ocasión, emocionado, las he reclamado para mí.

Y la verdad es, que reclamé la promesa, porque conocía de antemano, lo que podía recibir al apropiármela; así sin más. Pero en lo que nunca se incide, es en señalar que las promesas de Dios son condicionales. Es decir que para poder “recoger el fruto de la promesa” se debe pasar, al reunir una serie de condiciones, por un proceso; por una transformación, para llegar a alcanzarlas.  (1 Cort. 3: 11-14)

Aunque muchos, queremos que Dios cumpla su propósito (promesa) en nosotros, sin pasar por proceso alguno, cuando si no somos “procesados” no estaremos capacitados para asumir, y menos, para atender lo prometido por el Señor.  Porque una promesa se puede entender como “un acuerdo   entre dos partes a través del cual una de ellas se compromete a realizar algo, ante el cumplimiento de una condición”. 

Como ejemplo, aunque podemos encontrar cantidad de ellos en La Palabra, tenemos lo acontecido a san Pablo, apóstol de los gentiles, al que todos admiramos y todos quisiéramos que el Señor Jesús nos utilizara, como lo utilizo a él:

EL PROPÓSITO

Había entonces en Damasco un discípulo llamado Ananías, a quien el Señor dijo en visión: Ananías. Y él respondió: Heme aquí, Señor.  Y el Señor le dijo: Levántate, y ve a la calle que se llama Derecha, y busca en casa de Judas a uno llamado Saulo, de Tarso; porque he aquí, él ora, y ha visto en visión a un varón llamado Ananías, que entra y le pone las manos encima para que recobre la vista.  Entonces Ananías respondió: Señor, he oído de muchos acerca de este hombre, cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén; y aun aquí tiene autoridad de los principales sacerdotes para prender a todos los que invocan tu nombre.  El Señor le dijo: Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel; porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre.  (Hechos, 9:10-16)

El PROCESO

De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno.  Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar;  en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos;  en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez;  y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias.  ¿Quién enferma, y yo no enfermo? ¿A quién se le hace tropezar, y yo no me indigno?  Si es necesario gloriarse, me gloriaré en lo que es de mi debilidad.  El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien es bendito por los siglos, sabe que no miento.  En Damasco, el gobernador de la provincia del rey Aretas guardaba la ciudad de los damascenos para prenderme; y fui descolgado del muro en un canasto por una ventana, y escapé de sus manos. (2 Corintios, 11:24-33) 

 EL CUMPLIMIENTO

 Tengo, pues, de qué gloriarme en Cristo Jesús en lo que a Dios se refiere.  Porque no osaría hablar sino de lo que Cristo ha hecho por medio de mí para la obediencia de los gentiles, con la palabra y con las obras, con potencia de señales y prodigios, en el poder del Espíritu de Dios; de manera que, desde Jerusalén, y por los alrededores hasta Ilírico, todo lo he llenado del evangelio de Cristo. (Romanos, 15: 17-19)

 LA RECOMPENSA

He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida. (2 Timoteo, 4:7-8)

No le fue revelado a Pablo, el proceso por el que iba a atravesar; sólo tuvo que comenzar, a caminar en fe, conforme a la Palabra que, del Señor, le fue dada, hasta alcanzar aquello que el Señor tenía en su propósito.

Así que, si realmente hemos sido llamados por el Señor, deberíamos comenzar a “movernos en fe” sin temor a proceso alguno. Porque, si los dones y el llamamiento de Dios, son irrevocables, según señala san Pablo en la carta que dirige a los romanos, (Rom. 11:29) el Señor, va a estar con nosotros hasta que alcancemos lo prometido. 

Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. (Hebreos, 12: 1-2)

Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.

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