Una vez que los israelitas ya libres de la esclavitud de Egipto, alimentados milagrosamente en el desierto con maná, pan del cielo que no conocían y saciada su sed con el agua cristalina que brotó de la peña de Horeb, les llega el momento de formalizar la relación que a partir de ese día iban a tener con el Dios de sus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Para ello el Señor llama a Moisés al monte Sinaí para que le exponga al pueblo lo siguiente:
En el mes tercero de la salida de los hijos de Israel de la tierra de Egipto, en el mismo día llegaron al desierto de Sinaí. Habían salido de Refidim, y llegaron al desierto de Sinaí, y acamparon en el desierto; y acampó allí Israel delante del monte. Y Moisés subió a Dios; y Jehová lo llamó desde el monte, diciendo: Así dirás a la casa de Jacob, y anunciarás a los hijos de Israel: Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí. Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel. Entonces vino Moisés, y llamó a los ancianos del pueblo, y expuso en presencia de ellos todas estas palabras que Jehová le había mandado. Y todo el pueblo respondió a una, y dijeron: Todo lo que Jehová ha dicho, haremos. Y Moisés refirió a Jehová las palabras del pueblo. (Éxodo, 19:1-8)
Condiciones que el pueblo de manera unánime y de buen grado acepta, delegando en Moisés para que se lo haga saber al Señor.
Así que a partir de ese momento el Señor se siente con la libertad de decretar sus mandamientos, estatutos y leyes para el buen gobierno de un pueblo que por más de 400 años había vivido esclavizado y gobernado por una poderosa nación politeísta y muy alejada del Dios verdadero. Dictándoles debido a su aceptación, los tan conocidos diez mandamientos. (Éxodo, 34:27-28)
Siendo el primero de los diez mandamientos a tener en cuenta, es que a Él, y sólo a Él, al gran Yo Soy, que les consiguió la libertad de Egipto, deberán honrar, servir y sujetar de manera exclusiva:
Y habló Dios todas estas palabras, diciendo: Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos. No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano. (Éxodo, 20: 1-7)
Exclusividad exigida por Dios, que tal vez deberíamos tratar de entender para tener más conocimiento de Aquel que todo lo llena en todo. (Efesios, 1:15-23) Porque algo exclusivo es aquello que es único y sin igual. Nuestro Dios, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob (sin temor a equivocarnos) es el único que posee el derecho y a la vez el privilegio para realizar todo aquello que a otros (dioses falsos) les está vedado.
Yo soy Jehová, y ninguno más hay; no hay Dios fuera de mí. Yo te ceñiré, aunque tú no me conociste, para que se sepa desde el nacimiento del sol, y hasta donde se pone, que no hay más que yo; yo Jehová, y ninguno más que yo, que formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad. Yo Jehová soy el que hago todo esto. (Isaías, 45:5-7)
La exclusividad de Dios es el punto de partida para tener una vida victoriosa en Cristo Jesús; teniendo muy en cuenta que lo de victoriosa no se trata de conseguir alcanzar metas que no difieren en nada de las metas que se alcanzan en “el mundo” sino que la exclusividad de Dios lleva al depender y al descansar en Él, a que su Reino sea una realidad palpable para los que al tenerlo por encima de todas las cosas, lo adoran en espíritu y en verdad.
¿Quién es sabio para que entienda esto, y prudente para que lo sepa? Porque los caminos de Jehová son rectos, y los justos andarán por ellos; mas los rebeldes caerán en ellos. (Oseas, 14:9)
Por lo expuesto, que no es mucho, se trata de intentar dar a conocer, aunque muchos ya lo saben, que el Señor desea que dejemos de lado (los que afirmamos creer en él) infinidad de cosas que como palos en las ruedas de nuestra vida, impiden que disfrutemos de todo lo que el Señor ha preparado para los suyos; pero que para ello, deberíamos tener en cuenta “sus condiciones” comenzando siempre por la primera de ellas, (Mateo, 4:10) porque al saltárnosla podemos invalidar el resto. Porque como dejó dicho el Señor Jesús, el primero, es el más exclusivo, el más grande y el más importante de todos los mandamientos de Dios.
Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas. (Mateo, 22:36-39)
Así que de nosotros depende.
Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.