¿Donde están los que faltan?

 

 

 

Tenemos en la congregación a la que pertenezco, cada jueves, reunión de oración. Y estando recientemente en una de las reuniones de los jueves, como es costumbre en mí, arrodillado para orar, no podía orar. Estaba triste al ver tan poca gente, tan poca asistencia a una reunión tan importante. Preguntándome a mí mismo, ¿Dónde están los que faltan?

Recordé en esos momentos lo que le aconteció a Jesús, cuando yendo a Jerusalén le salieron al encuentro diez hombres leprosos, los cuales le rogaron que les sanara, cosa que aconteció, cuando iban de camino a mostrarse a los sacerdotes, (como les indicó Jesús) pero solo uno de ellos volvió glorificando a Dios y postrándose a los pies de Jesús le dio las gracias.

A lo que respondió Jesús: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están?   (Lucas, 17:11-19)

Aunque de manera que iba pasando el tiempo, mas gente se añadía a la reunión de oración, pero para mi asombro y salvo honrosas excepciones, parecía que no oraban. Y si oraban no levantaban la voz, cuando la Biblia aconseja que se haga en voz alta, para que los oyentes puedan decir amén a la oración y solidarizarse con él.

Tal vez, si se preguntara a cada uno de los que no asisten o no asistieron a esta reunión en concreto, u a otras de la Iglesia, podrían justificar su ausencia con todo derecho (según ellos) y sin sentir ningún tipo de remordimiento. Así que creo que sería bueno para enmendar este tipo de actitud, tomar de la siguiente porción de las Escrituras, ejemplo, de lo que no se debe hacer para eludir nuestra asistencia a la asamblea:

Oyendo esto uno de los que estaban sentados con él a la mesa le dijo: Bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios.
Entonces Jesús le dijo: Un hombre hizo una gran cena, y convidó a muchos.   Y a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los convidados: Venid que ya todo está preparado.  Y todos a una comenzaron a excusarse. El primero dijo: He comprado una hacienda, y necesito ir a verla; te ruego que me excuses.   Otro dijo: He comprado cinco yuntas de bueyes de bueyes, y voy a probarlos; te ruego que me excuses.  Y otro dijo: Acabo de casarme, y por tanto no puedo ir.   Vuelto el siervo, hizo saber estas cosas a su Señor. Entonces enojado el padre de familia, dijo a su siervo: Ve pronto por las plazas y las calles de la ciudad, y trae acá a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos.  Y dijo el siervo: Señor, se ha hecho como mandaste, y aún hay lugar.   Dijo el señor al siervo: Ve por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa.  Porque os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron convidados, gustará mi cena.  
(Lucas, 14:15-24)

Sabemos muy bien el significado de lo que acabo de transcribir, pero yo sentí al leerlo de nuevo, algo totalmente diferente, como: Que las personas invitadas por el organizador del banquete eran sus amigos; que es lo que se suele hacer cuando se organiza alguna cena muy especial, invitar, en primer lugar, a los amigos.

Amigos que declinaron la invitación al tener otros compromisos; mas que compromisos, excusas, y muy justas por cierto, (para ellos) pero que enojaron a quien les invitó. Sentí que el enojo del padre de familia se debía a que gracias a él, por su intervención o influencia, unos podían haber comprado su propiedad, su hacienda. Otro haber montado o abierto un negocio. Y otro tener los medios para casarse. Y no lo habían tenido en cuenta.

Y que al no poder asistir a la gran cena, por motivos mas que justificados, ¡¡naturalmente!! Le estaban rechazando, y ante este rechazo para que no se perdiera lo que para ellos había preparado, valía la pena, que lo disfrutaran otros con mucha más necesidad. Aunque no fueran sus amigos.

Al igual que le pasó a Jesús. Me imagino su alegría al ver como parados de lejos los leprosos, le pidieron misericordia al reconocerle, sabiendo que él era el único que podía sanarles; pero al ver regresar solo a uno de los diez que fueron limpiados de la lepra, ¿cómo se sentiría el Señor Jesús? ¿Triste no? Regresó el único que no era judío. El único que no pertenecía al pueblo escogido. El único que no conocía la Torá. El único que lleno de gozo por lo que le había acontecido, glorificaba a Dios y, ¡¡A gran voz!!

Donde estaban, los que se supone que conocían la Palabra de Dios, los que desde niños habían acompañado a sus padres a la sinagoga, los que estaban esperando al Mesías y habían visto y experimentado sus señales y milagros en ellos mismos. ¿?

Realmente quizá no seamos totalmente conscientes o tal vez, hayamos olvidado que todo lo que poseemos se lo debemos al Padre Eterno; ya sean propiedades, trabajo, empleo, negocios, familia, etc., (como los invitados a la gran cena) O que hayamos sido sanados por el Señor Jesucristo (como los diez leprosos) física, emocionalmente o espiritualmente, o tal vez liberados de cargas que con mucha dificultad podíamos soportar, y que cada culto, servicio, reunión o celebración, es un banquete preparado por el Padre Celestial para nosotros, al que estamos invitados, y que nada debe impedir nuestra asistencia, no sea que otros disfruten de lo preparado con tanto esmero para nosotros.

Porque somos muy dados a recordarle al Señor, sus promesas para con nosotros, pero que una vez suplida nuestra necesidad, olvidadizos para nuestros compromisos con Él.

Bendice, alma mía, a Jehová, Y bendiga todo mi ser su santo nombre. Bendice, alma mía, a Jehová, Y no olvides ninguno de sus beneficios.
Él es quien perdona todas tus iniquidades, El que sana tus dolencias; El que rescata del hoyo tu vida, El que te corona de favores y misericordias; El que sacia de bien tu boca, De modo que te rejuvenezcas como el águila.    
(Salmos, 103, 1-5)

 

Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.

 

 

 

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