Humillaos, pues bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo; echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros. (1ª Pedro, 5:6-7)
Me contaron hace ya algún tiempo, que unos hermanos transitando con una camioneta por una rústica carretera de montaña, vieron, a una viejita caminando al borde del camino cargando sobre sus cansadas y frágiles espaldas un haz de leña. Conmovidos detuvieron la camioneta e invitaron a la viejita a subir a ella, cosa que hizo encantada, acomodándose en la parte posterior, pero al cabo de unos kilómetros, se dieron cuenta que la viejita, aunque montada en la camioneta, estaba de pié, agarrada con una de sus manos a la carrocería, intentando mantener el equilibrio para no caerse del vehículo, y con la otra sujetando el pesado haz de leña, ¡que aún cargaba sobre sus espaldas!
Meditando sobre este relato, me di cuenta que muchos de nosotros somos como esta viejita.
Porque yendo por las sendas de la vida, cansados y cargados, y quizá sin buscarlo, (como la viejita) nos topamos con Jesucristo, y este al vernos tan cargados, compadeciéndose, se brindó a acompañarnos y a llevar nuestra carga durante todo nuestro caminar. Llenos de agradecimiento aceptamos su oferta, siguiendo nuestro camino, pero ahora con Jesucristo, aunque cargando aún con nuestras cargas, sin llegar a comprender totalmente (no hay otra explicación) el significado de su ofrecimiento.
A lo largo de mi vida buscando hacer la voluntad de Dios, una de las cosas que mas me ha inquietado y sorprendido, es la poca habilidad, que solemos tener para deshacernos de cualquier carga o peso que nos asedia, sea o no sea pecado. Pudiendo llegar, esa falta de destreza, a producir en nosotros, un cuadro de ansiedad.
La ansiedad es el excepcional estado de inquietud del ánimo, que nos puede conducir a la angustia extrema por cualquier situación, ya sea física o espiritual que nos desborde.
La enfermedad, los problemas de pareja, los familiares, los económicos, los laborales, etc., van presionando cada vez mas a toda la humanidad (incluso a los que nos llamamos hijos de Dios), dando paso, a la tan comentada ansiedad, provocando en nosotros: preocupación, inseguridad, tristeza, insomnio, miedo, y cosas semejantes que nos impiden encontrar alguna posible solución para poder desprendernos de esta indeseada situación, y hallar el sosiego y la paz.
La realidad es que no sabemos como deshacernos de la ansiedad que nos oprime.
También era yo uno de los que no sabía como desprenderse, de cualquier cosa que me inquietara, ya fuera real o imaginaria. Teniendo que aprender con el tiempo (meditando en la Palabra) y con la ayuda de Dios (orando) a hacerlo. Asumiendo lo que dice al respecto la Palabra de Dios en 2ª Timoteo, 3:16-17:
Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.
Una vez que comprendí , que la solución se encontraba aplicando la Palabra de Dios, ante cualquier situación en la que me encontrase, comencé a ver el resultado. Porque la humildad, al aceptar la dirección de Dios, es la ayuda imprescindible para poder deshacerse de cualquier carga que nos oprima.
Así que:
Lo primero que tuve que hacer fue reconocer que tenía un problema, (real o ficticio) que me estaba produciendo ansiedad. (Salmos, 51:3; 109:22)
Lo segundo, fue exponerle la situación al Señor, sin omitir ningún detalle sobre ella. (Fil. 4:6-7)
En tercer lugar, pedirle al Señor que solucionara la situación o el problema, que me estaba causando la ansiedad, es decir echarla sobre él. (Mateo, 21:22)
Y en cuarto lugar, olvidarme de la situación que me inquietaba, (descansar) ya que se la había entregado al Señor para que se hiciera cargo de ella. (Mateo, 11:28-30. Salmos, 103: 1-5)
Porque generalmente nos olvidamos, que a pesar de que el Señor conoce todas nuestras necesidades y de que no le son ajenos nuestros problemas, desea, que los reconozcamos, y tal vez que nos arrepintamos de algún ”asuntillo” de nuestra vida, no muy claro. Que se los expongamos, y que le pidamos perdón, quizá por la forma errónea en que hemos llevado “dicho asunto”. Y finalmente que le pidamos que los solucione, reconociendo nuestra total incapacidad para hacerlo.
Tal como hizo el ciego Bartimeo, que en su condición de mendigo e invidente, clamó, a Jesús con todas sus fuerzas (estaba ciego), le expuso su necesidad, (quería ver) y recibió lo que pidió con fe (la vista).
Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.
Gracias pastor Antonio por esta meditacion. Que Dios siga bendiciendo su vida, su familia y la congregacion. Soy Luis de Calpe, nosotros nos reunimos en el living de casa los domingos para estar con el SEÑOR, tenganos en sus oraciones. Muchas bendiciones.
Excelente meditación !! Dios lo Bendiga!!