En aquellos días vino Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea,
y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado.(Mateo, 31-2)
Esto es lo que nos dice el evangelio de san Mateo, que predicaba (entre otras cosas) Juan el Bautista.
Más o menos, las mismas palabras con las que Jesús comenzó su ministerio, después de haber salido victorioso de la tentación de Satanás:
Y luego el Espíritu le impulsó al desierto.
Y estuvo allí en el desierto cuarenta días, y era tentado por Satanás, y estaba con las fieras; y los ángeles le servían.
Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio. (Marcos, 1:12-15)
Desde entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado. (Mateo, 4:17)
Palabras similares a las utilizadas por el apóstol Pedro, en su primera predicación pública después de haber sido bautizado con el Espíritu Santo, en Pentecostés:
Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo.
Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?
Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.(Hechos, 2:36-38)
Y para finalizar, tenemos también las palabras que el mismo apóstol (Pedro) les dirigió a los que pasmados, fueron testigos del milagro de sanidad del cojo de la puerta de la Hermosa:
Viendo esto Pedro, respondió al pueblo: Varones israelitas, ¿por qué os maravilláis de esto? ¿O por qué ponéis los ojos en nosotros, como si por nuestro poder o piedad hubiésemos hecho andar a éste? El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su Hijo Jesús, a quien vosotros entregasteis y negasteis delante de Pilato, cuando éste había resuelto ponerle en libertad.
Más vosotros negasteis al Santo y al Justo, y pedisteis que se os diese un homicida,
y matasteis al Autor de la vida, a quien Dios ha resucitado de los muertos, de lo cual nosotros somos testigos.
Y por la fe en su nombre, a éste, que vosotros veis y conocéis, le ha confirmado su nombre; y la fe que es por él ha dado a éste esta completa sanidad en presencia de todos vosotros.
Mas ahora, hermanos, sé que por ignorancia lo habéis hecho, como también vuestros gobernantes. Pero Dios ha cumplido así lo que había antes anunciado por boca de todos sus profetas, que su Cristo había de padecer.
Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, (Hechos, 3:12-19)
Por lo expuesto, y para que nadie nos tache de sacar textos fuera de su contexto, sabemos que tanto Juan el Bautista, Jesús y por último el apóstol Pedro, recomendaron o más bien plantearon como requisitos ineludibles, el arrepentimiento y la conversión a los judíos, para recibir el reino de los cielos que se había acercado, para creer en el evangelio, para bautizarse, y para que una vez borrados sus pecados, (los de los judíos) vinieran de la presencia del Señor tiempos de refrigerio.
Ahora bien, ¿Podemos aplicarnos los que no somos judíos estas recomendaciones, sin salirnos del contexto en que fueron efectuadas? Porque muchos estudiosos y teólogos, se ciñen tanto al contexto que afirman que primero debemos ver a quien iba dirigida la recomendación o el mensaje, en que tiempo y por qué fue efectuado y cuál era el entorno social y cultural, entre otras muchas más cosas. Que no digo que estén mal, pero que no siempre están acertadas o son las más adecuadas; y esto siempre según mi opinión, que para algunos, tal vez, valga muy poco.
Así que, si saco fuera de contexto (según algunos) las palabras (arrepentíos y convertíos) de Juan el Bautista, el apóstol Pedro y Jesús, sacadas quedan; porque creo que si de nuevo vinieran a predicar el evangelio y anunciar el Reino de Dios, al igual que lo hicieron hace cientos de años a Israel, el pueblo escogido, ahora lo harían en la Iglesia; reconviniendo a sus miembros a arrepentirse y a convertirse, porque a pesar, (al igual que los judíos del tiempo de Jesús) de que conocemos la Palabra de Dios, nos reunimos regularmente también en el templo (iglesias); cantamos salmos de alabanza y adoración, celebramos las fiestas prescritas; los pastores o ancianos se preparan concienzudamente en seminarios, para ser dignos representantes y ministros del evangelio, llegando a alcanzar altos grados de conocimiento y erudición bíblica, como nunca antes se había alcanzado; y sin embargo, muchos de nosotros seguimos sin conocer a Jesucristo y su obra redentora.
Y esto es así porque, porque del arrepentimiento del que hablaron tanto Jesús como Juan el Bautista o san Pedro, en la iglesia, en la nuestra, no se habla de ello para que nadie se ofenda y se vaya “al mundo” u a otra iglesia más comprensiva y amorosa, que ame a los pecadores y no al pecado. Obviando así el peso del pecado. (Hebreos, 12:1-2)
Peso que continuamos llevando vayamos donde vayamos, y aunque no se hable de ello, molesta, porque cargamos con cosas que el Señor no aprueba. Y aunque en lo exterior se nos vea muy bien, al disimular nuestro estado con un barniz religioso o a través de llamativas manifestaciones espirituales de todo tipo, que son la fachada que disimula lo que hay en el interior, no deja de ser simplemente lo que es, una fachada religiosa.
De ahí que necesitemos, arrepentirnos y convertirnos.
Arrepentimiento, que se tiene que notar de manera palpable; dando evidencia de ello a través de los frutos que debe producir el arrepentimiento si este es genuino y sincero, porque así lo asegura la Palabra de Dios:
Haced, pues frutos dignos de arrepentimiento. (Mateo 3:8)
Por lo tanto si el arrepentimiento es: Sentir pesar por algo que se ha hecho o dejado de hacer, por considerarlo malo, la principal razón del arrepentimiento es para perdón de pecados; lo que nos conduce al deseo de no volver a pecar, deseo que se transforma o desemboca en un cambio de forma de pensar y por lo tanto de actitud, llegando a ser diferentes o distintos a lo que se era; en pocas palabras a la conversión.
Por lo cual el fruto digno y apetecible del arrepentimiento es la conversión.
Así que, es necesario que la Iglesia de Jesucristo, y por lo tanto los que la componen, sean los abanderados de la justicia de Dios, para que vengan tiempos de refrigerio y renovación espiritual, sobre todos aquellos que, “creyéndose parte de la iglesia” están acomodados e indiferentes a esa justicia, (Hageo 1:5-7) para que se arrepientan de sus caminos y se conviertan al que verdaderamente es el único Camino, La Verdad y la Vida.
Amén y amén.
Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.
Antonio, muchas gracias y muy bien expuesto, hay que hablar alto y claro sobre este tema, pues es fundamental, pese a quién pese. Muchas bendiciones para todos.
A quien le quepa el sayo….que se lo ponga. Gracias Antonio.
Amén. Gloria a DIOS.
Dios, anticipo las cosas buenas que has preparado para
mi hoy. Trae completo orden a mi día, mientras te busco
antes que nada y hago de ti mi prioridad. Me gozo en el
nuevo día que me has dado. Te alabo por hacerme
fructífera y productiva. Gracias por enseñarme formas de
incrementar mi efectividad y a trabajar inteligentemente.
Deseo servirte con todo mi corazón..
En el nombre de Jesús, amén.
Que la bendicion de Dios esté con vosotros. Te doy gracias por los articulos que he recibido, porque los aplicaré en los temas de entrenamientos a los capellanes. Mi familia está bien y les envía bendiciones. Queremos saber de ustedes y cuando vienen a Cuba. Dios les bendiga.
Pastor Asnaldo.