Impidiendo la Bendición

Impidiendo la Bendición

 

 

INTRODUCCIÓN
Como no me gusta hablar o escribir nada, sobre lo que desconozco, deseo compartir como estaba impidiendo la bendición que el Señor tenía preparada para mi vida, y tal vez para la vida de otras personas, sin darme cuenta de ello, debido solamente a mi actitud.

COMO IMPEDIR LA BENDICIÓN DE DIOS.
A pesar de haber sido llamado y confirmado por el Señor muchos años atrás, no me sentía útil para Su servicio; la oración mas habitual dirigida por mí al Señor, llegó a ser: -Señor ya ves que soy un inútil, no sirvo para nada, no sé que hacer y además tengo mucho miedo; te has equivocado conmigo, por favor, Señor, quita de mí esta carga; busca a otro que ocupe mi lugar – Sentía a la vez que desánimo, vergüenza, impotencia y pequeñez; conceptos que yo tenía en mi fuertemente arraigados.

Una de las cosas que me impedía a participar en algunos eventos, era que a pesar de estar pastoreando a un grupo de personas, al no tener acreditación religiosa alguna, me veía como un extraño y creía que así me veían, cuando no era cierto, al menos hasta cierto punto.

La verdad es que la imagen que yo proyectaba de mi mismo, era la que quedaba plasmada en algunas personas, considerándome muy poca cosa a sus ojos. Incluso a las personas que veían en mí el llamado y el respaldo del Señor, -así me lo decían- no las tenía en cuenta.

Me sentí así durante mas de 10 años; y a pesar de que seguía en el ministerio, mi autoestima siempre estaba a ras del suelo. Siempre había algo -mi actitud negativa y oscilante- que me impedía recibir la bendición de Dios.

TODO CAMBIA
Pero un día, como el Señor no se equivoca en su elección, -hoy lo reconozco- durante una convención y delante de una numerosa membresía, el Señor me exhortó, y habló claro delante de todos aquellos que yo creía, me veían insignificante a través de la imagen que yo les trasmitía, dejándoles en entredicho al confirmar mi llamado y mi ministerio.

Desde ese día, no he vuelto a ser el mismo, tomé la decisión de creer al Señor en todo, de recuperar el tiempo perdido; ir donde Él me envíe y hacer lo que él me diga, sin ningún tipo de temor ni duda, porque soy un hijo del Rey, un príncipe de Dios y no me avergüenzo de ello.

Pude entonces ver, como nunca antes había visto ni comprendido, el deseo del Señor por bendecir a todo el género humano,

Desde el principio de la creación, la voluntad de Dios ha sido la de bendecir. A través de toda la Biblia, desde Génesis a Apocalipsis, el Señor nos exhorta a cambiar de actitud para poder ser bendecidos por Él.

De la misma manera que liberó, santificó, guió e introdujo al pueblo de Israel en la tierra prometida, es decir, lo bendijo grandemente, hoy quiere el Señor hacer lo mismo con nosotros.

La bendición de Dios, comienza a actuar en nosotros en el mismo momento (sin que nos demos cuenta de ello), que su gracia se derrama sobre nosotros y nos conduce, situación tras situación, hasta el lugar que de antemano nos ha preparado.

En el capítulo 13 del libro de Números, encontramos al pueblo de Israel detenido frente a Canaan, la tierra prometida por Dios. (Números 13:1-33)

El Señor habla a Moisés, y le dice que envíe a 12 varones para inspeccionar la tierra que les iba a dar, un varón por cada una de las tribus. Manda el Señor que sean príncipes, cada uno príncipe entre ellos.

Y así lo hizo Moisés, los envió desde el desierto de Parán, conforme a la voluntad del Señor; todos aquellos varones eran príncipes de los hijos de Israel.

Príncipes los veía el Señor, como príncipes los tenían y como príncipes se sentían.

Su misión era observar la tierra y la gente que la habitaba; si era tan buena y fértil, como les había dicho el Señor. Al cabo de cuarenta días, regresaron los exploradores diciendo que la tierra era tal cual les había dicho el Señor, una tierra buena y muy fértil, pero había una cosa que nos les había dicho el Señor, que sus habitantes eran gigantes y sus ciudades amuralladas y fortificadas, y que debido a eso, no las podrían tomar. ( Creo firmemente que el Señor no mencionó, ni los gigantes, ni las murallas, ni las fortalezas, porque para Él, no existe nada que se oponga a sus planes).

Salvo dos de ellos, Caleb y Josué, todos dijeron lo mismo; que se vieron a ellos mismos como langostas y así creían que les habían visto los habitantes de esa tierra tan buena.

Así que a pesar de los esfuerzos de Josué y Caleb, los otros diez lograron atemorizar a todo el pueblo, privándoles de entrar en la tierra prometida, perdiendo en primer lugar la bendición que habían disfrutado hasta entonces, y en segundo lugar el favor de Dios y una bendición aún mas grande.

Eran príncipes y se vieron como langostas, como insectos insignificantes, por miedo a los obstáculos que se les presentaron.

Cuando el Señor libera de la esclavitud del pecado, llegamos a ser hijos de Dios, hijos del Rey, por lo tanto, príncipes y herederos de la promesa.

Ante nosotros, se extiende el reino de Dios, debiendo tomar posesión de él, pues nos pertenece, es un lugar muy fértil, con abundante fruto y donde mora la justicia, pero no se puede tomar sin lucha, hay gigantes que quieren impedirnos tomar lo que el Señor nos tiene preparado; fortalezas y grandes murallas intentarán impedirnos el paso.

Pero si creemos lo que somos en Cristo, si nos vemos como Él nos ve, si tenemos la certeza de que somos mas que vencedores; ni gigantes, ni fortalezas, ni murallas, ni ninguna cosa creada, podrá impedirnos que tomemos posesión de la bendición que el Señor nos tiene preparada.

Ahora bien, si no tenemos en cuenta lo que somos o quienes somos –Príncipes de Dios, coherederos con Cristo, sacerdotes, pueblo santo- y muchas cosas más; si nos vemos y nos sentimos insectos, así nos van a ver y así nos van a tener, y aunque conozcamos de principio a fin toda la Biblia; si no cambiamos de actitud, difícilmente vamos a poder tomar la parte que nos corresponde como hijos de Dios, impidiendo recibir la bendición preparada para nosotros.

Viendo con mucha tristeza, como otros ya están disfrutando de la promesa; de la bendición de Dios.

Que son, todos los que han creído al Señor, como creyeron Caleb y Josué; y que, con valentía y arrojo, han arrebatado al enemigo lo que por derecho les pertenece.

Los que se ven como el Señor les ve; los que han cambiado de actitud; los que creen y dicen, como está escrito: Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?

Como te ves, te ven.

¿Y tú, como te ves?

 

Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.

 

 

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