Al principio de mi caminar con el Señor, estaba ansioso por conocer la obra del Espíritu Santo además de dar a conocer a mis familiares y allegados, el evangelio del Señor Jesucristo.
Así que, invité a mi abuelo a que me acompañase a un servicio religioso. Tenía mi abuelo cerca de 90 años y nunca había asistido a un “culto evangélico”. Era mi abuelo un hombre afable y discreto, aunque alejado de las cosas de Dios, a las que ponía en duda.
El servicio se realizaba en los bajos de un edificio ubicado en el peor y más deteriorado barrio de la capital de la provincia, donde las peleas, robos, consumo y venta de estupefacientes eran la tónica habitual en ese lugar.
Al llegar (era de noche) mi abuelo, no se decidía a entrar al lugar donde se celebraba la reunión por tener que dejar en plena calle mi pequeño y utilitario Seat 600, automóvil de los años 80, creyendo que no lo íbamos a encontrar al terminar el servicio.
Cuando finalmente entramos, mi abuelo quedó impresionado por la cantidad de gente que llenaba el lugar, cerca de 200 personas de toda condición social, pero mayormente exconvictos, marginados sociales y personas muy humildes que malvivían en dicha barriada.
El culto se desarrolló tal cual, como cuando lo preside el Espíritu Santo; es decir, la gloria de Dios cayó sobre todos los presentes. Mi abuelo atento y observándolo todo.
Al salir (el auto estaba intacto) durante el trayecto de regreso a casa, me fijé que mi abuelo estaba pensativo, por lo que le pregunté: ¿Yayo, que pasa? Contestándome, ¿Cómo qué pasa? //Hemos estado más de dos horas con cerca de 200 personas que no sé cómo calificar, que nos hubieran podido robar y hacer mucho daño de haberlo querido, sin embargo, se han limitado a cantar y a escuchar con atención, todo lo que se les decía sobre la Biblia, ¿Te parece normal? pues eso es lo que me pasa// Esa fue su repuesta.
Le dije Yayo, son personas que han conocido al Señor Jesús y han cambiado su forma de vivir, eso es lo que hace el Evangelio si lo crees, y por eso yo también sigo a Jesús.
¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos; más ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios. (1 Cort. 6:9-11)
No se fijó mi abuelo en los cánticos, ni atendió a la predicación; se fijó solamente en la actitud de las personas y en “la luz” que vio en sus ojos; en el cambio efectuado en ellos. Porque lo más impactante, y a veces se nos olvida, es el testimonio. Así de sencillo.
Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma, manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los gentiles; para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas obras. (1 Pedro, 2:11-12)