Se da el caso, que sin darnos cuenta y más a menudo de lo que creemos, se puede caer en el orgullo religioso. Y se suele caer, al considerarse a sí mismo, de los pocos (dentro de una congregación) que cumplen puntualmente y muy bien por cierto, con lo establecido por el Señor.
Otros sin embargo, motivados por que donde está el Espíritu del Señor hay libertad, llegan a comportarse con tal grado de libertad, que orgullosos de ella, les hace sentirse muy superiores de los que (según ellos) no la poseen. Libertad por ellos mismo diseñada y extraída con pinzas de La Palabra de Dios.
Los primero son “los de la letra”, los segundos “los del espíritu”. Pero, tanto los unos como los otros, están llenos de orgullo religioso.
Porque el orgullo, en este caso el religioso, es la actitud de auto-complacencia que hace perder de vista y alejar del que lo posee, la humildad, actitud que debe prevalecer (Dios da gracia a los humildes) al ser la principal característica de un hijo de Dios. Considerándose a sí mismo, como un verdadero y esforzado observante de la voluntad de Dios, (y no como otros) ya sea a través de la letra o a través del espíritu. (Rom. 12:3)
Y parece ser, que a pesar de que el más manso y humilde hombre que caminó sobre la tierra, dejó plasmada una lección magistral en una parábola, previendo esta actitud de orgullo, no le prestamos a dicha enseñanza la debida atención:
Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano.
El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano.
Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido. (Lucas, 18:10-14)
Y seguimos sin prestarle atención, porque hemos pensado que esto iba dirigido a todos aquellos que solo se sujetan a la ley; es decir, al grupo de hermanos que tienen más en cuenta La Palabra, (la letra mata) que al mover del Espíritu, aunque esto último sea parte de ella. Que iba dirigido otros, y no a nosotros, porque nadie se considera a sí mismo como fariseo. A pesar de haber mucho fariseísmo espiritual (el espíritu vivifica) entre nosotros. Dejando muy claro el Señor Jesús, que el enaltecimiento ya sea a través de la letra como del espíritu, delante de Dios, es sinónimo de orgullo religioso, y es el camino más recto para ser avergonzado por el mismo Señor. Porque el orgullo, apea del corazón de los hombres varias virtudes, sobre todo el amor, con lo que ello conlleva.
Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados. (1ª Pedro, 4:8)
El orgullo religioso, ya sea personal o colectivo, se jacta de poseer verdades y cualidades que otros no poseen y, que esas verdades y cualidades, les han llevado a conseguir lo que otros a pesar de anhelarlo, no han logrado alcanzar. Pero que con el tiempo al olvidarse, (porque se puede llegar a olvidar) del que hace posible que sean todas las cosas, llega el quebrantamiento y la caída. (Prov. 16:18)
Por lo tanto, si los “fariseos de la letra” como los “fariseos del espíritu” tuviéramos en cuenta un poco más el concepto que tiene el Señor de algunos de nosotros, dejaríamos de lado toda jactancia, que no es ni más ni menos que orgullo religioso, para poder ver y comprender con total claridad, que no somos quien, ni tenemos derecho a juzgar y menos aún a condenar, a los que no piensan ni actúan como nosotros, porque como dice La Palabra de Dios, no hay justo ni aún uno. (Roma. 3:10)
Para terminar, dejo caer (así como el que no quiere) una porción del evangelio de Lucas, que creo nos debería hacer reflexionar al menos un poco, en la que el Maestro califica de hipócrita a todos aquellos que llenos de orgullo, solemos fijarnos en lo fallos de nuestros hermanos y nunca en los nuestros, creyendo que no los tenemos:
¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo puedes decir a tu hermano: Hermano, déjame sacar la paja que está en tu ojo, no mirando tú la viga que está en el ojo tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja que está en el ojo de tu hermano. (Lucas, 6:41-42)
Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.
MARAVILLOSO!!!!! que bien expresas y con cuanta simpleza BENDICIONES!!!!
Amén, y Amén; Señor sé propicio a mí, que peco cuando menos me lo espero!
Me ha gustado mucho tu artículo. Hace pocos días leí algo en esta línea de un pastor con el que tengo contacto por FB. Me alegra mucho que el Espíritu Santo esté inquietando a los siervos del Señor a que hablen de este importante tema de un pecado común entre lo que denominas los “de la letra” y los “del espíritu”. El orgullo espiritual no conoce fronteras ni denominaciones, sino que nos afecta individualmente a todos y por ello debemos vigilar y exhortarnos mutuamente.
Dios le siga bendiciendo mucho y le ministre sabiduría de lo alto siempre para que pueda seguir edificando al pueblo de Dios con lo que el Espíritu Santo le revela. Amén.
DTB. Gracias hermano por el articulo del orgullo, hoy lo pude compartir con los capellanes y fue bueno, todos te agradecemos por lo que haces. Un abrazo Asnaldo.
Nuy real y muy claro. Que el Señor me llene de humildad
BENDICIONES!!!!
Gran verdad. DIOS DA GRACIA A LOS HUMILDES, Y RESISTE A LOS SOBERBIOS, sean del color que sean.
Hermano Dios le siga guardando, sus escritos son de mucha inspiración para nosotros, adelante y contamos con sus meditaciones, les saluda la iglesia en Cuba.