Entrando el Señor Jesús en Jerusalén montado en un pollino, la gente gozosa, alababa a Dios a grito pelado. Cosa que molestándose algunos fariseos se dirigieron a Jesús para que reprendiera e hiciera callar a sus discípulos, a lo que el Señor respondiéndoles, les dijo: Si estos callaran, las piedras clamarían. (Lucas, 19:35-40)
¿A que podría referirse el Señor Jesús, cuando dijo que las piedras clamarían, si los discípulos callaban, ya que clamar es pedir o requerir algo con desesperación?
Tal vez y figuradamente podría tratarse de alguna “indirecta” que el Señor lanzaba a los fariseos como solía hacer para que refrescaran su religiosa memoria, porque a lo largo de los siglos las piedras han sido testigos mudos de innumerables acontecimientos.
Encontrando al ojear la Biblia algunas referencias sobre las piedras que tal vez podría tratarse de lo que el Señor quería que los fariseos entendieran. Así que veamos:
Concluida prácticamente la conquista de Canaán por los israelitas, Josué sucesor de Moisés convoca al pueblo para recordarles lo que el Eterno había hecho por ellos y a retarles a que se comprometieran a servirle con integridad y verdad. Reto que el pueblo aceptó:
Ahora, pues, temed a Jehová, y servidle con integridad y en verdad; y quitad de entre vosotros los dioses a los cuales sirvieron vuestros padres al otro lado del río, y en Egipto; y servid a Jehová. Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová. Entonces el pueblo respondió y dijo: Nunca tal acontezca, que dejemos a Jehová para servir a otros dioses; porque Jehová nuestro Dios es el que nos sacó a nosotros y a nuestros padres de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre; el que ha hecho estas grandes señales, y nos ha guardado por todo el camino por donde hemos andado, y en todos los pueblos por entre los cuales pasamos. Y Jehová arrojó de delante de nosotros a todos los pueblos, y al amorreo que habitaba en la tierra; nosotros, pues, también serviremos a Jehová, porque él es nuestro Dios. (Josué, 24:14-18)
Pero como según la ley judía, para validar un compromiso o pacto había de haber al menos dos testigos, (Deut. 19:15; 2 Cort. 13:1 ) Josué hace que sean ellos mismos testigos válidos del compromiso adquirido:
Si dejareis a Jehová y sirviereis a dioses ajenos, él se volverá y os hará mal, y os consumirá, después que os ha hecho bien. El pueblo entonces dijo a Josué: No, sino que a Jehová serviremos. Y Josué respondió al pueblo: Vosotros sois testigos contra vosotros mismos, de que habéis elegido a Jehová para servirle. Y ellos respondieron: Testigos somos. (Josué, 24:20-22)
El otro testigo, al no haber presente nadie más, tenía que ser obligatoriamente algo del entorno, y en este caso fue una gran piedra que se encontraba en el lugar. Piedra que escogió Josué como testigo, debido a que por su dureza y consistencia podía conservarse sin perder sus principales características a través del tiempo. Como si de un símil se tratara de los estatutos y leyes allí pactadas, que debían de ser inamovibles a través de los tiempos.
Entonces Josué hizo pacto con el pueblo el mismo día, y les dio estatutos y leyes en Siquem.
Y escribió Josué estas palabras en el libro de la ley de Dios; y tomando una gran piedra, la levantó allí debajo de la encina que estaba junto al santuario de Jehová. Y dijo Josué a todo el pueblo: He aquí esta piedra nos servirá de testigo, porque ella ha oído todas las palabras que Jehová nos ha hablado; será, pues, testigo contra vosotros, para que no mintáis contra vuestro Dios. (Josué, 24:25-27)
Muchos años antes, Jacob, huyendo de Esaú su hermano, tuvo que detener su caminar al ponerse el sol y durante la noche, mientras dormía, tuvo un sueño muy especial. Sueño en el que el Señor le habló de todo lo que le deparaba el futuro. (Gén. 28:10-15)
Al despertar desconcertado por lo que había soñado, atemorizado, levantó la piedra que había utilizado como cabecera, la alzó por señal, y derramó aceite sobre ella.
Y despertó Jacob de su sueño, y dijo: Ciertamente Jehová está en este lugar, y yo no lo sabía.
Y tuvo miedo, y dijo: ¡Cuán terrible es este lugar! No es otra cosa que casa de Dios, y puerta del cielo. Y se levantó Jacob de mañana, y tomó la piedra que había puesto de cabecera, y la alzó por señal, y derramó aceite encima de ella. (Gén. 28:16-18)
Se comprometió (hizo voto) Jacob con el Señor a servirle, por si lo soñado no era un sueño, sino que se tratara de una revelación de Dios, porque a veces los sueños, sueños son. (Job, 33:14-16) Así que, para que el compromiso tuviera fuerza legal, también se requerían dos testigos, que lo fueron: La piedra y el aceite. Uno simbolizando la imperecedera Palabra de Dios y el otro la unción del Espíritu Santo. (Gén. 28:20-22)
Elementos, sobre todo las piedras, que han sido testigos mudos a lo largo de los siglos de muchos de los votos, compromisos y promesas, que los hombres y no sólo Israel como pueblo, le han hecho a Dios, y que vez tras vez, han sido incumplidos; teniendo finalmente que haberse encarnado el Verbo de Dios para hacer un pacto incondicional con “el mundo” y no solo con Israel, para validar por parte de Dios, los compromisos que supuestamente los hombres voluntariamente adquirieron. (Juan, 3:16)
Tratando de decir Jesús a su entrada en Jerusalén, y no sólo a los fariseos, sino a todos los “creyentes” que las piedras como testigos mudos de los compromisos adquiridos y no cumplidos, hablarían por ellos, en caso de no rectificar y reafirmarse en no llevar a cabo el compromiso adquirido con el Señor.
Porque las piedras en manos del Señor no sólo pueden hablar, sino que de las piedras, el Señor, puede levantar hijos de Abraham; hombres y mujeres cumplidores de la palabra dada a Dios. Gente comprometida con Jesucristo para llevar su palabra allá donde el Señor les envíe. (Mateo, 3:8-9)
Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga.
El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. (Mateo, 24:35)
Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.