Menciona el apóstol san Pablo en la epístola a los romanos, haciendo alusión a lo sucedido a Elías con los profetas de Baal, que en el tiempo que escribió dicha epístola, al igual que en los tiempos de Elías, el Señor se había guardado un remanente de personas fieles a Él.
“…… ¿O no sabéis qué dice de Elías la Escritura, cómo invoca a Dios contra Israel, diciendo:
Señor, a tus profetas han dado muerte, y tus altares han derribado; y sólo yo he quedado, y procuran matarme? Pero ¿qué le dice la divina respuesta? Me he reservado siete mil hombres, que no han doblado la rodilla delante de Baal. Así también aun en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia”. (Romanos, 11:2-5)
Dando a entender san Pablo, que cuando parece ser que nadie le da culto al Dios verdadero, aunque parezca que si, el verdadero Dios tiene un grupo de personas a los que el gran público cristiano, que ni los ve, ni les conoce, el Señor, se los ha reservado como remanente fiel.
El vocablo remanente que viene del latín y significa: Parte de una cosa que queda o que se reserva para algo, podríamos parafrasearlo al trasladar dicha definición al ámbito eclesial o evangélico, como: “Los pocos que cumplen con lo establecido por Dios o los que el Señor se ha reservado para que vivan conforme a lo que Él ha establecido”.
A estos, al remanente, aunque pertenezcan a distintas organizaciones o denominaciones, no les define ningún nombre, ni ningún letrero, ni ningún lugar de reunión, porque son fieles al Señor por encima de todo. Aprovechan cualquier oportunidad para dar a conocer a Cristo, sin tener necesidad de cumplir un determinado tiempo de evangelización. Generalmente no necesitan organizar llamativos eventos. Son sencillos testigos de lo que el Señor hizo en sus vidas. Apoyan económicamente a la obra de Dios, pero sin llegar a especular con diezmos y ofrendas, para conseguir más de Dios. Y por encima de todo, se sujetan a La Palabra de Dios.
Mujeres y hombres, que como remanente de Dios, tienen por premisa, la respuesta que le dio el Señor Jesús a un intérprete de ley:
Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley?
Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento.
Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas. (Mateo, 22:36-40)
Así que……
¿Podrías pensar en ello?