Tuve recientemente una conversación con un hermano en Cristo, el cual me confesó que estaba desanimado y sin ganas de hacer nada. Y aunque no me lo dijera, entendí que estaba evaluando apartarse del ministerio; dejar de trabajar para el Señor. Labor a la que tiempo atrás, al llamado del Señor, ilusionado se incorporó.
Porque el desánimo, como todos sabemos, es ausencia de ánimo; y que el ánimo es la capacidad que tenemos los humanos de experimentar emociones, afectos y comprensión. Además de la energía necesaria para hacer, resolver o emprender algo, y cuando se pierde, nos quedamos no sólo sin fuerzas, sino también, sin ilusión. Incluso puede afectar y de hecho afecta, nuestro trabajo en el Señor. Así que, debido a esto, como suelo hacer a menudo, acudí a La Palabra de Dios para ver si encontraba algo relacionado con dicha situación. Y vaya si lo encontré:
Después partieron del monte de Hor, camino del Mar Rojo, para rodear la tierra de Edom; y se desanimó el pueblo por el camino. Y habló el pueblo contra Dios y contra Moisés: ¿Por qué nos hiciste subir de Egipto para que muramos en este desierto? Pues no hay pan ni agua, y nuestra alma tiene fastidio de este pan tan liviano. (Números, 21:4-5)
El pueblo de Dios, el Israel bíblico, según acabamos de leer, se desanimó en el desierto, y lo hizo, parece ser, debido a que un camino que les pareció iba a ser corto, (el de la tierra prometida) se les hizo demasiado largo; resultando más fastidioso y monótono, que un camino que desde el principio se sabe que va a ser largo. Así que una vez perdido el ánimo, al ver que no avanzaban, comenzaron a quejarse contra todo lo que les rodeaba. Y no sólo de la comida: Nos acordamos del pescado que comíamos… (Núm. 11:5-6) sino contra Dios y contra Moisés, al culparles de la situación en que se encontraban. Perdiendo de vista la gloria y la promesa de Dios, dando lugar al fastidio, al tener que seguir en un camino que parecía no tener fin.
Y al igual que ellos, que los israelitas, nosotros (en ocasiones) también nos desanimamos. Y nos sucede porque al comenzar a caminar con el Señor, y no sólo los que hemos sido llamados a ser de sus obreros, no somos totalmente conscientes, de que el llamado es de por vida, y no pensamos en ello. Creyendo por demás, que nada ni nadie se va a interponer en nuestro camino. Que será un camino de rosas. Porque nos dicen: Si Dios es por nosotros. ¿Quién contra nosotros? (Rom. 8:31)
Pero que al igual que los israelitas, al pasar por el desierto, desierto que (allí no hay rosas) a veces se extiende más de lo que nos habíamos imaginado, nos quedamos sin fuerzas y sin ganas de tener más fuerzas, debido a situaciones (y no se trata de comida) que nos llevan a decir ¡¡no puedo más!! Circunstancia que nos puede llevar a pensar que nos equivocamos al elegir el camino o que el Señor al llamarnos, se equivocó, y comienzan (aunque no se digan) las quejas y a culpar a los demás por nuestro estado de ánimo. A no ver más allá de nuestra angustiada alma, esperando el momento oportuno para alejarnos sin causar mucho ruido.
Entonces, el Espíritu Santo que mora en nosotros, como especialista que lo es “en causas perdidas” o que nos parece que lo son, comienza su trabajo en nosotros enfrentando el desánimo, como sentimiento que es, con la voluntad de Dios, como está expuesto hasta en tres ocasiones en los salmos:
¿Por qué te ABATES, oh alma mía, Y te turbas dentro de mí?
Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío. (Salmos 42:5)
¿Por qué te ABATES, oh alma mía, Y por qué te turbas dentro de mí?
Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío. (Salmos 42:11)
¿Por qué te ABATES, oh alma mía, Y por qué te turbas dentro de mí?
Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío. (Salmos 43:5)
Conflicto del que suele salir vencedor todo aquel, que espera en Dios, como acabamos de leerlo, no una, sino tres veces, para que no se nos olvide. Porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén. (2 Cort. 1:20)
Porque el desánimo puede llegar y de hecho en ocasiones llega, y hace tambalear nuestra fe al no haber podido alcanzar el objetivo que nos habíamos propuesto, o por las adversidades con que nos encontramos al intentarlo, pero no debemos olvidar, que cuando el desánimo llega, llega impulsado por nuestro adversario el diablo, para que al tener las manos caídas, desanimados, dejemos inconclusa la tarea que el Señor nos encomendó, que es a lo que el desánimo nos conduce.
Por lo tanto, como conocedores de las maquinaciones de Satanás, para con la Iglesia de Jesucristo, debemos levantar las manos caídas y las rodillas paralizadas, sacudiendo de nosotros el desánimo, las quejas y las dudas en cuanto a Dios, más bien, cómo el Señor ve más allá que nosotros, esperar siempre en el Señor. Porque según el Señor Jesucristo, los campos están blancos para la siega y no podemos perder, desanimados, nada de nuestro tiempo. Así que…
Aguarda a Jehová; Esfuérzate, y aliéntese tu corazón; Sí, espera a Jehová. (Salmos, 27:14)
Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.