Estrategia para cambiar el mundo.

 

 

Leí recientemente el epitafio, que un obispo anglicano dispuso que a su muerte, figurara en la lápida de su sepultura:

“Cuando era joven y libre, soñaba con cambiar el mundo. Al volverme más viejo y más sabio, descubrí que el mundo no cambiaría, entonces, acorté un poco mis objetivos y decidí cambiar sólo mi país. Pero también esto parecía imposible. Al ingresar en mis años de ocaso, me propuse cambiar sólo a mi familia. Aunque por desgracia, no me quedaba ninguno. Y ahora que estoy en mi lecho de muerte, de pronto me doy cuenta que si me hubiera cambiado primero a mí mismo, con el ejemplo habría cambiado a mi familia; a partir de su inspiración y estímulo, podría haber hecho un bien a mi país y quién sabe, tal vez incluso habría cambiado el mundo”.

Epitafio que más bien parece ser y creo que lo es, una exhortación a no olvidarnos de los que están más cerca de nosotros, a los de nuestra propia casa. (1ª Tim. 5:7-8)

Porque muy a menudo, con el deseo de alcanzar “a todo el mundo” para Cristo solemos olvidarnos de ellos, de los nuestros. Dando por sentado que todo está bien. Sin darnos cuenta, que nuestro testimonio ante ellos, tal vez, deje mucho que desear. (Efesios, 4:31)

Este obispo anglicano, se dio cuenta demasiado tarde que “empezó la casa por el tejado” que primero debería haber cambiado él, y probablemente, con su ejemplo, hubiera cambiado también su familia, y ¿quién sabe si su familia hubiera podido llegar a conseguir lo que él tanto anhelaba? (Hechos, 16:31)

Lo bueno es, que nosotros, aún estamos a tiempo para que el Señor Jesucristo gobierne nuestra vida fuera y dentro de casa (si es que aún no lo hace) para que con nuestro ejemplo, “los nuestros” una vez “cambiados”, sigan adelante y tomen el relevo para seguir con la labor de dar a conocer a Jesucristo, y poder así ganar y cambiar el mundo para Cristo.

Bienaventurado todo aquel que teme a Jehová, que anda en sus caminos. Cuando comieres el trabajo de tus manos, bienaventurado serás, y te irá bien. Tu mujer será como vid que lleva fruto a los lados de tu casa; Tus hijos como plantas de olivo alrededor de tu mesa.
He aquí que así será bendecido el hombre que teme a Jehová.  
(Salmos 128: 1-4)

 

¿Podrías pensar en ello?

 

 

 

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