Y les envié mensajeros, diciendo: Yo hago una gran obra, y no puedo ir; Porque cesaría la obra, dejándola yo para ir a vosotros. (Nehemías, 6: 3)
Al leer el libro de Nehemías, sobre todo el relato de la reconstrucción del muro de Jerusalén, me vino a la memoria, algo que me aconteció cuando el Señor, me llamó para su obra:
Años atrás cuando aún era un joven inexperto en las cosas de Dios, pero con un corazón y un deseo muy grande de servirle y hacer todo lo posible para que Jesucristo fuera conocido, devoraba todos los libros que podía conseguir y que me recomendaban, para poder llegar a conocer la voluntad del Señor.
Estaba impaciente por saber y conocer la voluntad de Dios, como la conocían otros hermanos; buscaba la compañía de los que ya tenían experiencia sobre este tema, para que me aconsejaran y enseñaran.
No me importaba asistir a conferencias, retiros y charlas que me orientaran sobre el particular, pero en ningún lugar encontré lo que con tanto anhelo buscaba.
Conocía a otro joven, que sentía el mismo anhelo que yo, ambos estábamos casados y éramos padres; nuestras esposas también se conocían y además, congeniaban.
Comenzó entre nosotros una buena relación de amistad, a la vez que una idoneidad por buscar juntos la voluntad del Señor.
Deseábamos que el Señor fuera conocido en nuestras respectivas ciudades y su comarca, pero no sabíamos como comenzar esa obra; y como no lo sabíamos, a pesar de haber leído ambos muchos libros al respecto (mi amigo también poseía una buena colección de libros orientativos de cómo conocer la voluntad del Señor) decidimos buscar al Señor en oración.
Nos comprometimos a orar juntos, comenzando en su casa, una tarde a la semana; mientras, su esposa enseñaba a tocar la guitarra a la mía, ya que mi esposa, poseía una bonita voz para cantar y de hecho cantaba, pero no sabía tocar este instrumento tan español, cosa que la esposa de mi amigo, dominaba el arte de tañer la guitarra.
Y así comenzamos, los dos varones orando, y nuestras esposas, al Señor cantando.
Quedamos sorprendidos al darnos cuenta, que para buscar la voluntad del Señor (éramos inexpertos) debíamos haber comenzado orando y no como lo hicimos, leyendo libros; y no es que esto fuera malo, era inadecuado.
Lo primero que pudimos entender es que el Señor nos quería comprometidos con Él, ya que el Señor quería hacer grandes cosas (eso entendimos) en toda la comarca donde vivíamos y nos iba a utilizar.
Lo segundo, que de momento no se añadiera nadie mas a ese tiempo de oración e intercesión, hasta que el mismo Señor lo permitiera.
Cada miércoles, salíamos renovados y llenos de ese tiempo de oración; el Señor nos hablaba y enseñaba cosas que desconocíamos de Él. Ambos estábamos al frente de un pequeño grupo de personas que habíamos podido conseguir para Cristo y les compartíamos todas nuestra experiencias, estando deseosos algunos de ellos de poder participar con nosotros en esos tiempos de oración, pero fieles al Señor, les pedíamos que esperaran hasta que el Señor nos autorizara a ello.
Aún no éramos pastores, aunque ejercíamos como tales; así que teníamos relación con otros hermanos que si lo eran; algunos de ellos con títulos de seminarios extranjeros, y cuando se enteraron de nuestras oraciones semanales y de la forma que nos hablaba el Señor, nos pidieron participar en ellas.
Y a pesar de que con todo nuestro amor, les explicamos lo que nos había dicho el Señor, que, de momento, nadie mas debía añadirse a este tiempo de oración, hasta que Él lo permitiera, siguieron presionándonos; en particular a mi amigo.
Insistiendo ellos con firmeza, que no podía ser del Señor esa situación, porque lo que desea el Señor, es que seamos uno, (aunque seamos muchos) que oremos juntos y cuantos más participemos, mayor será la bendición.
Al ser mi amigo mas accesible que yo, debido a su trabajo, las presiones que sufría, eran constantes e intensas, llegando él a plantearme, debido a la presión a que era sometido, que quizá podíamos habernos equivocado, y que no podía pasar nada, si nos juntábamos con todos los que nos lo pedían, para orar; Porque al fin y al cabo, lo que íbamos hacer era orar, y no era nada malo, sino todo lo contrario (le dijeron), que los hermanos orásemos juntos.
Le dije a mi amigo que él podía hacerlo, si así lo creía, pero que yo no participaría en esa reunión; pero, que no olvidara como nos había hablado y bendecido el Señor, mientras fuimos fieles al compromiso que adquirimos con Él.
A partir de haber tomado esa decisión, dejamos mi amigo y yo de orar juntos; él y los que estaban ansiosos por reunirse con nosotros para orar, nunca llegaron a tener un tiempo de oración juntos; nuestra relación se enfrió, y con el tiempo se apagó, quedando solo en un recuerdo.
Mi amigo fue felicitado por sus nuevos amigos debido a la acertada decisión que había tomado, (a pesar de que nunca tuvieron ninguna reunión de oración). Se convirtió en un pastor importante en la comarca, respetado y admirado; construyó una iglesia (edificio) las profecías sobre la prosperidad y bendiciones que iba a recibir, llenaban las paredes del lugar donde se congregaban; le invitaron a viajar por diversos países, y debido a todo esto, dejó de ser mi amigo y por supuesto dejamos de vernos.
Al tiempo me enteré, que había habido una división importante en la congregación que presidía, por cuestiones doctrinales; habiendo llegado incluso a presentarle una demanda judicial por la propiedad del inmueble en que se encontraba ubicada la iglesia.
La demanda fue retirada y desestimada, porque los que con todo derecho la presentaron, prefirieron perder su derecho al inmueble, antes que ver a un hermano en los tribunales.
Posteriormente hubo otra división, con los pocos que quedaron. Después poco mas he sabido de él.
Creo, que todos aquellos que con tanto interés deseaban unirse a nosotros en ese tiempo de oración, lo único que sentían era además de envidia, molestia e incomodidad, por no haber comenzado lo que nosotros habíamos iniciado; se sentían culpables por su dejadez y desidia, y mas, siendo el Señor, el que nos había puesto esa carga en el corazón a nosotros y no a ellos.
Al recordar todo esto, me hice las siguientes preguntas:
¿A quien benefició y quien era el interesado de que no siguieran adelante nuestras reuniones de oración, buscando la voluntad de Dios? (Mateo,13:24-25) (1ª Pedro, 5:8)
¿Dónde están ahora los que dijeron en su día, que era imposible que Dios permitiera que solo dos personas le buscaran juntas en oración? (Mateo, 18:20)
¿Qué hubiera pasado si hubiéramos escuchado a Dios, y no a los hombres? (Hechos, 5:29) (Jeremías, 17:5-8)
Solo Dios lo sabe. (Isaías, 55:8)
Lo que si sé, es que si leemos detenidamente la Biblia, generalmente Dios siempre habla y utiliza a una persona, o a determinadas personas, para el bien de muchos; Para que el plan que Dios tiene, en un determinado lugar, se lleve a cabo; A pesar de la oposición de todos aquellos que nunca han oído la voz de Dios.
Terminado el relato de esta experiencia mía, solo me queda añadir, que desgraciadamente, hay personas que viendo derruidos los muros de la ciudad del Señor (de la obra de Dios) y no habiendo hecho nada para restaurarlos, les molesta que sean otros los que tomen la decisión de reconstruirlos, y harán todo lo posible para impedirlo, sin importarles los medios a utilizar, cegados por el dios de este mundo.
Y en respuesta les dije: El Dios de los cielos, él nos prosperará, y nosotros sus siervos nos levantaremos y edificaremos, porque vosotros no tenéis parte ni derecho ni memoria en Jerusalén. (Nehemías, 2:20)
Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.