Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen. (San Juan 10:27)
De niño vivía muy cerca de la playa. Tan cerca, que cada mañana, salía de mi casa corriendo descalzo y con un simple calzón como único atuendo, para zambullirme sin demora, en las templadas aguas del mar Mediterráneo.
Jugando y nadando con mis amigos, pasaba las horas, hasta que mi madre, desde el balcón de nuestra casa, con su potente voz de madre, me llamaba por mi nombre. ¡Era la hora de comer!
Y a pesar de los gritos de mis amigos, y del ruido de las olas al romper en la playa, oía perfectamente la voz de mi madre llamándome. Lo curioso era que solo yo la oía, (era la voz de mi madre) mis amigos sin enterarse, seguían riendo y jugando.
Pasa lo mismo con la voz de Cristo, que aunque estén atareados o muy ocupados los que son suyos, cuando Él les llama, oyen su voz, y aunque estén rodeados de multitud de gente bulliciosa y escandalosa, nunca dejan de oír su voz. ¡Es la voz de su Señor! Dejándolo todo para atenderle y seguirle. Sin importarles que los demás no la oigan.
¿Oyes tu también, la voz de Jesucristo?
¿Podrías pensar en ello?
Así es Antonio, cuando el nos habla es imposible no oír su voz aunque a veces queramos resistirnos,gloria a su nombre, Gracias por tu Fidelidad, Señor. Bendiciones para ti y tu familia.