Entonces se fueron los fariseos y consultaron cómo sorprenderle en alguna palabra. Y le enviaron los discípulos de ellos con los herodianos, diciendo: Maestro, sabemos que eres amante de la verdad, y que enseñas con verdad el camino de Dios, y que no te cuidas de nadie, porque no miras la apariencia de los hombres. Dinos, pues, qué te parece: ¿Es lícito dar tributo a César, o no? Pero Jesús, conociendo la malicia de ellos, les dijo: ¿Por qué me tentáis, hipócritas? Mostradme la moneda del tributo. Y ellos le presentaron un denario. Entonces les dijo:¿De quién es esta imagen, y la inscripción? Le dijeron: De César. Y les dijo: Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios. Oyendo esto, se maravillaron, y dejándole, se fueron. (Mateo, 22:15-22)
Todas las monedas tienen dos caras. Generalmente, en una cara se encuentra la imagen del máximo gobernante del país de la que es originaria la moneda, y en la otra cara, un símbolo o el escudo de la nación.
Una moneda con una cara solamente, no tiene ningún valor comercial o de cambio.
Su valor consiste en su rareza, y solo lo aprecian los coleccionistas. La guardan en una vitrina, la contemplan y la limpian a menudo, pero en caso de necesidad, no puede ser utilizada, no tiene valor comercial, no sirve para nada.
Igual los hombres, también tienen dos caras, una para Dios y otra para los hombres.
Como las monedas, con una cara solamente, no tenemos valor.
Si nos dedicamos solamente al Señor y nos olvidamos de los hombres, como algunos religiosos, no tenemos valor; y si nos dedicamos solamente a los hombres y no al Señor, como algunas organizaciones, tampoco tenemos valor.
Seremos piezas de museo, para que nos admiren, pero no tendremos valor, no seremos de utilidad. Las monedas con una sola cara no sirven para nada, su valor consiste en su rareza.
Pero que diferencia, si llegamos a ser monedas de curso legal, entonces seremos de utilidad para Dios y para los hombres.
Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis. (Mateo, 25:31-40)
Que el Señor nos acuñe con sus propias manos.
¿Podrías pensar en ello?