Cuando el Señor, debido al pecado, decidió destruir la tierra por medio de un diluvio, a la vez, escogió a Noé, pregonero de justicia, para que no toda la creación pereciera anegada por las aguas de ese diluvio.
Le ordenó el Señor a Noé, que construyera un arca y que esta tuviera varios aposentos; y según se cree, 3 pisos: uno para las personas, otro para los animales y el otro para los alimentos.
En el arca entraron para ser salvados de las aguas, un número determinado de todas las bestias, aves y reptiles, según su especie, tanto machos como hembras que poblaban la tierra.
No se tuvo en cuenta su condición, ni su atractivo; lo único que se les exigió fue: que al oír el llamado del Señor, entraran en el arca; y a su tiempo al salir de ella repoblaran la tierra.
Actualmente, el papel del arca lo protagoniza la Iglesia; mejor dicho, la Iglesia es el arca.
Hoy como ayer, el Señor está llamando tanto a hombres como a mujeres, sin importarle su condición, para ser salvos, por medio de Jesucristo que es la cabeza de la Iglesia; Iglesia que navega y flota sobre las turbulentas aguas del mundo.
En la iglesia de Jesucristo, igual que en el arca de Noé, tienen cabida todo tipo de «bestias», «pájaros» y «reptiles» e igual que en el arca, solo hay que oír el llamado de Dios; pero la diferencia entre una y otra es que, mientras en el arca se salía igual que se entraba; en la Iglesia de Jesucristo, se entra «animal o natural» y se debería salir «espiritual».
¿Podrías pensar en ello?