Se está tan familiarizado con la palabra LIBERTAD, que a menudo, no llegamos a darle ningún tipo de importancia; a pesar de que un número muy elevado de seres humanos, por desconocerla, ni la pueden disfrutar, ni pueden hacer uso de ella.
Podríamos considerar dos tipos de libertad: la física y la espiritual.
Los que están privados de libertad física son personas que tienen limitados sus movimientos y su espacio vital. Están separados y confinados en algún lugar, lejos de sus seres queridos y del mundo exterior. Cometieron un delito, y como condena, se les priva de libertad.
Porque de tal manera es un don tan preciado la libertad, que hasta la creación, según Rom. 8:21 desea ser libre.
Los privados de libertad espiritual a pesar de que pueden moverse libremente y no están confinados en ningún lugar determinado, se sienten y están presos interiormente. Incluso suelen pasar desapercibidos al esforzarse en tener una apariencia externa de piedad entre los hermanos; generalmente, solamente ellos saben que están presos y que no pueden comunicarse con Dios.
No importa ni la educación, ni la cultura, ni tampoco la religión, para estar preso espiritualmente. Lo único que mantiene preso y separado del Señor, al hombre interior, aunque haya hecho profesión de fe, es el pecado. Juan 8:34)
Pero a diferencia de los presos físicos, que tienen que cumplir la condena impuesta para poder estar en paz con la sociedad y ser libres; los presos espirituales para ser libres, solo tienen que reconocer y confesar sus pecados ocultos, nunca antes confesados, delante del Señor Jesús, para que, justificados por Él, poder obtener así, la tan deseada libertad y la paz para con Dios. (Lucas, 4:18)
Así que, si el Hijo os liberta,
Seréis verdaderamente libres. (Juan 8:3)
¿Podrías pensar en ello?