Habéis vivido en deleites sobre la tierra, y sido disolutos; habéis engordado vuestros corazones como en día de matanza. (Santiago, 5:5)
No es mi intención “aislar” este verso del pasaje de Santiago, porque sé muy bien, “que todo texto fuera de contexto, es un pretexto”. Pero también sé, que el Señor habla a través de las Escrituras, por lo que entendí, que debería meditar sobre el versículo citado, porque sin ser ricos, podemos desear vivir lujosamente (en deleites) y estar relajados (disolutos) al menos en parte, en cuanto a “las cosas de Dios”.
Por lo que, he aquí mi breve y llana exposición:
El corazón físico.
Es el corazón el aparato principal del aparato circulatorio humano. Es un órgano muscular hueco, de paredes gruesas y contráctiles, que funciona como una bomba impulsando la sangre a través de las arterias para distribuirla por todo el cuerpo. Está situado en el centro de la cavidad torácica, entre el pulmón derecho y el pulmón izquierdo.
Tiene el tamaño de un puño, pesa entre 250 y 350 gramos. Aunque puede, por diversos y distintos motivos, incluso hereditarios, agrandarse (engordar) y llegar a causar serios problemas, debido a que el corazón “es el motor de todo nuestro cuerpo, y de él depende que sigamos con vida, ya que, es el que bombea sangre a todas las partes de nuestro organismo”.
El corazón en la Biblia.
En lo que se refiere a la Palabra de Dios, el corazón es el asiento de la voluntad, los sentimientos y las emociones del hombre, y como centro de la vida moral y espiritual del hombre de él depende la vida eterna:
Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; Porque de él mana la vida. (Prov. 4:23)
Y que, al igual que el “corazón físico” también puede por diversos y distintos motivos, incluso también hereditarios (Rom. 5:12) engordar y causar serios problemas, en este caso para la vida eterna, por lo que se nos recomienda que cuidemos (guardemos) el corazón.
Saneando el corazón.
Al ser sembrada la Palabra de Dios en nuestro corazón, porque la Palabra se siembra en el corazón, algo nuevo y desconocido comienza a “removerse” en nuestro interior; es la Palabra haciendo su trabajo: Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. (Hebreos 4:12)
Palabra que una vez sembrada (sin apenas darnos cuenta) nos vacía y limpia de todo “aquello malo y dañino” que llenaba el corazón, para que una vez saneado, poder sacar de él como está escrito, buenas cosas: El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas…. (Mateo 12:35)
Llegando a poder oír (en el espíritu) una vez culminado el proceso de limpieza, “las mismas palabras” que el Señor Jesús dirigió a sus primeros discípulos: Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. (Juan, 15:3)
Engordando el corazón. (El proceso)
Pero que, al tiempo, pudiera ser que, debido a las muchos afanes como: cuestiones económicas, posición social o vida placentera (Mateo, 13:22) no nos quede tiempo para leer y meditar en las Escrituras (Josué 1:8) ni para asistir a los servicios de nuestra Iglesia (Hebreos, 10:25) y menos aún para orar, (1 Tesa. 5:17) por lo que poco a poco, casi sin darnos cuenta, se vaya engrosando el corazón y haciéndose insensible a la Palabra de Dios. Dejando atrás ese primer amor (Apoc. 2:4-5) que nos hizo renacer en el espíritu, por la Palabra de Dios que vive y permanece para siempre. (1 Pedro, 1:23)
Comenzando a ser visibles los síntomas de un corazón engordado. Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias. (Mateo, 15:19)
Diagnóstico.
Síntomas que, si no se remedian a tiempo, pueden llevar a la muerte espiritual: No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. (Mateo, 6:19-21)
Tratamiento y resultado.
Una vez asumido que no hay nada más engañoso y perverso que el corazón, (Jer. 17:9-10) deberíamos dejarnos examinar (el rey David lo hizo) por “el que todo lo sabe” para recibir el tratamiento adecuado: Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis pensamientos; Y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno. (Salmos, 139:23-24)
Por lo que, examinadas todas las pruebas, considera el Señor, que el mejor tratamiento a seguir es el siguiente: Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios. (Miqueas, 6:8)
Con la seguridad que, con el tratamiento prescrito, tendremos (literalmente) un nuevo corazón.
Así que de nosotros depende, porque:
Dichosos los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios. (Mateo, 5:8)