Habitando en Armonía.

Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía!
Es como el buen óleo sobre la cabeza, el cual desciende sobre la barba, la barba de Aarón, y baja hasta el borde de sus vestiduras; como el rocío de Hermón, que desciende sobre los montes de Sion; porque allí envía Jehová bendición, y vida  eterna. 
(Salmos, 133:1-3)

Sé que para algunos, las cosas que escribo, las tienen más que asumidas al haberlas leído con anterioridad en otras webs o tal vez oído en alguna conferencia o foro, pero para mí al no haberlas leído u oído, o al no haberme fijado lo suficiente en caso de leerlas o no haber prestado la suficiente atención al oírlas, son nuevas, y las comparto, por si hubiera alguien tan distraído o poco observador como un servidor. (Mateo 13:52)

Que es lo que me pasó al volver a leer el salmo 133, fijándome no ya “en el óleo descendiendo sobre la barba de Aarón, hasta el borde de sus vestiduras” sino que al habitar los hermanos en armonía, hay bendición y vida eterna, y enviada (personalmente) por el Señor.

Armonía, que en el idioma musical, como todos sabemos y de manera muy breve significa: Combinación de sonidos simultáneos que, aunque diferentes, resultan acordes.

Dicho término (armonía) deriva del griego que significa a su vez: Acuerdo o concordancia, pero que puede llegar a tener distintos y variados conceptos y connotaciones, incluso en la Palabra de Dios.

Esta nos habla de la importancia de tener un mismo sentir, un mismo parecer, una misma opinión y un mismo pensamiento, para que unánimes consigamos la armonía requerida, hasta alcanzar la bendición prometida por el Señor.

Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. (Juan, 17:20-22)

Convicción unánime (armonía) que llevó a los primeros seguidores del Señor Jesucristo, a esperar la promesa que este les hizo: el Espíritu Santo. (Hechos, 1:14, 2:1)

Y que una vez recibido no cejaron, ni con amenazas, todos juntos (en armonía) de proclamar con éxito, la Palabra de Dios. (Hechos, 4:23-31)

Con lo expuesto creo que sería suficiente para entender, que esa bendición que muchos deseamos y que algunos llaman “unción” la tenemos al alcance de nuestras manos, sin necesidad de ir a buscarla a lejanos países para intentar traérnosla, porque se encuentra en las páginas de nuestra Biblia; de esa Biblia que aunque la leamos, no le prestamos la atención debida, a pesar de que se nos ha dicho infinidad de veces que el Señor habla a través de su Palabra y esta nos está diciendo, al menos así lo entiende el que suscribe esta reflexión, que la bendición de Dios (la de Dios) está donde hay armonía, dejándolo muy claro el Señor en este Salmo; el Salmo 133.

Así que le doy gracias al Señor, por mostrarme el lugar donde puedo encontrar bendición y además vida eterna.

Y quiero terminar recordando la experiencia que tuvo el profeta Elías, que escondido en una cueva, solo y asustado, creyendo temeroso, que había perdido la bendición de Dios. Bendición, que tuvo que hacerle ver el Señor, no había perdido:

Y allí se metió en una cueva, donde pasó la noche. Y vino a él palabra de Jehová, el cual le dijo: ¿Qué haces aquí, Elías?
El respondió: He sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares, y han matado a espada a tus profetas; y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida. Él le dijo: Sal fuera, y ponte en el monte delante de Jehová. Y he aquí Jehová que pasaba, y un grande y poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante de Jehová; pero Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto. Y tras el terremoto un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego un silbo apacible y delicado. Y cuando lo oyó Elías, cubrió su rostro con su manto, y salió, y se puso a la puerta de la cueva. Y he aquí vino a él una voz, diciendo: ¿Qué haces aquí, Elías?
(1ª Reyes, 19:9-13)

Entendió Elías, que el apacible silbo de Dios era pura armonía, y allí se encontraba bendición y vida eterna, y sin dudarlo ni un instante, fue a su encuentro, al encuentro con el Señor de Gloria. Amén y amén.

 

Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.

 

 

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