Hay dos actitudes que parecen ser necesarias para todas aquellas personas que deseen obtener del Señor, bendición y respuesta a sus peticiones.
La primera de ellas es la de agradar a Dios, y esta solo se consigue a través de la fe, según indica el autor de la carta a los Hebreos:
Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan. (Hebreos, 11:6)
La fe, que a la vez que fruto del Espíritu, es un don de Dios, se despierta en cada uno de nosotros, cuando la Palabra de Dios, cual cortante espada de dos filos, separa (parte) el alma del espíritu; comenzando este ultimo, una vez libre, a trasmitirle a nuestra mente (intelecto) convicción de certeza a cuestiones que tiempo atrás no las considerábamos ciertas (fidedignas). Llevándonos, una vez convencidos de esta nueva realidad, a querer conocer la voluntad de Dios, expuesta con total claridad en las Sagradas Escrituras. (2ª Tim. 3:16-17)
De manera que la fe, fruto del Espíritu, una vez conseguido haberse hecho un hueco en nosotros, por la Palabra de Dios, va desarrollándose y madurando. Preparándonos, para que ante una situación determinada, y siempre para la gloria de Dios, el tan deseado don de fe, (1º Cor. 12:9) venga sobre nosotros, al estar totalmente convencidos del respaldo prometido por nuestro Dios, y del resultado que vamos a obtener en su nombre; al orar o actuar con autoridad, cuando las circunstancias así lo requieran. Actitud que agrada al Señor.
La segunda, es la de poder ver a Dios, que se puede conseguir a través de la santidad, actitud que también recomienda, el autor de Hebreos en otro capítulo de la misma epístola.
Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. (Hebreos, 12:14)
La santidad, que en términos generales significa, apartarse para Dios, es la forma adecuada para buscar el hacer siempre la voluntad del Señor, una vez que nos hayamos entregado a Él. Al entregarnos a Dios, o si se quiere, “oír el llamado del Señor”, se supone que ha comenzado en nosotros una regeneración y limpieza espiritual de tal magnitud como nunca nos habíamos podido imaginar. La semilla de la Palabra de Dios, ha sido depositada en nosotros, y con la ayuda del Espíritu Santo esta se va desarrollando en nuestro interior, pero es imprescindible nuestra máxima colaboración para que el crecimiento sea completo, ya que el Señor no hace nada en contra de nuestra voluntad.
Así que, debemos con la ayuda de la Palabra de verdad, (San Juan, 17:17) conseguir hacer la buena voluntad de Dios agradable y perfecta, (Rom. 12:2) perfeccionándonos en el temor de Él. (2ª Cor. 7:1) Cuidando de nuestra salvación con temor y temblor. Siendo conscientes de en quien hemos creído, y que gracias a él, podremos llegar a conseguir ser en sus manos instrumentos útiles, por la pureza (Cristo no limpió) de nuestras almas, siendo además, ayudados y dirigidos por el Espíritu Santo, al comprobar este de manera fehaciente nuestra intención de serle útiles a Dios. Llegando de esta manera, a poder verle tal como Él es.
Agradando y viendo a Dios, tenemos infinitas posibilidades, de hacer lo que nunca hicimos y ver lo que nunca vimos.
Porque no se trata de agradarle y verle cuando estemos en su presencia, ya que es obvio, que si llegamos en un futuro a estar en su presencia, se habrá debido a que durante nuestra vida terrenal, le habremos agradado en Cristo y le habremos visto siempre en Él.
Jesús les dijo: Yo soy el camino y la verdad y la vida; nadie viene al Padre, sino por mi.
Si me conocieseis, también a mi Padre conocerías; y desde ahora le conocéis y le habéis visto.
Felipe le dijo: Señor muéstranos la Padre, y nos basta.
Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí ha visto al Padre: ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos al Padre? (Juan, 14:6-9)
Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.