Menciona el apóstol Pablo en la primera de las epístolas que dirige a los corintios, que deseaba que no ignorasen nada acerca de los dones espirituales. Debido a esto hace una exposición muy completa de la diversidad de dones, ministerios y operaciones o funciones con los que el Señor ha equipado a su Iglesia para edificación de la misma. (1 Cort. 12:1-11)
Menciona también el mismo apóstol que el “combustible irreemplazable” para que la diversidad de los dones y ministerios funcionen con la regularidad y eficacia que de ellos se espera es el amor:
Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve. (1 Cort. 13:1-3)
Sigue diciendo Pablo a los corintios, aunque creo que también nos lo dice nosotros, que sigan el amor, y que procuren conseguir los dones espirituales, pero sobre todo que profeticen, porque el que profetiza habla a los hombres para edificarles, exhortarles y consolarles; acciones que son muy importantes para la edificación de la iglesia.
Seguid el amor; y procurad los dones espirituales, pero sobre todo que profeticéis.
Porque el que habla en lenguas no habla a los hombres, sino a Dios; pues nadie le entiende, aunque por el Espíritu habla misterios. Pero el que profetiza habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación. El que habla en lengua extraña, a sí mismo se edifica; pero el que profetiza, edifica a la iglesia. (1 Cort. 14:1-4)
Y debido a esta recomendación de Pablo a los corintios, al comenzar mi caminar con Cristo, anhelaba el don de la profecía, don que se me concedió cuando menos lo esperaba. Todo comenzó cuando el Señor me mostró a través de una visión el tortuoso camino que tomaba una joven mujer. Camino que la llevó a apartarse de Dios. A partir de esa fecha y con más frecuencia que la deseada, comenzaron las visiones y revelaciones, de tal manera que muchos se incomodaban conmigo al compartirles lo que el Señor me mostraba, a pesar de que trababa de “suavizarlo con mucho tacto” para que nadie se sintiera ofendido, pero sin lograrlo en muchas ocasiones (1 Cort. 14:32)
Y aunque no soy ni nunca me he considerado profeta, sí que puedo decir que el Señor me concedió (con humildad lo digo) el don de la profecía, o más bien palabra de ciencia o sabiduría; no me mostró nunca el Señor lo que le iba a acontecer en un futuro a nadie; ni que iba a enviarles a las naciones y menos aún que iba a llevarles a otra dimensión o a darles otra unción más fresca de la ya que tenían o a prosperarles económicamente. Simplemente me mostraba el Señor lo que había en el corazón. Y esto me trajo problemas, porque a muy pocos les gusta esto.
De tal manera que decidí acallar el don que el señor me regaló, olvidando que no era para mí sino para edificación de la iglesia. Así estuve durante más de diez años, hasta que un profeta, (este sí que lo era) del nunca había oído hablar y que no me conocía de nada, delante de muchos testigos y en el nombre del Señor, recriminó mi actitud y me instó a activar el don que el Señor me había regalado. Porque según él, al acallarlo, había atorado mi llamado y mi ministerio.
Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios. (Romanos, 11:29)
A partir de esa fecha, ya que creo en los cinco y ministerios, en los dones de Dios y en la acción del Espíritu Santo, pude aprovechar cada una de las oportunidades que se me brindaron al obedecer lo que el citado profeta me dijo que hiciera, de parte de Dios.
Entendiendo además, que el profetizar no significaba absolutamente en dar “de parte de Dios” parabienes, prosperidad, ascensos espirituales y cosas semejantes, si no, muchas más cosas, ya que en la antigüedad, el Señor enviaba a los profetas cuando las cosas iban mal, como, cuando se obviaba su Palabra o se le rendía culto a otros dioses, amonestando de parte de Dios a los que así hacían, para que en primer lugar se arrepintieran y a continuación corrigieran su actitud, ya que en caso de no hacerlo debían atenerse a las consecuencias.
Hijo de hombre, yo te he puesto por atalaya a la casa de Israel; oirás, pues, tú la palabra de mi boca, y los amonestarás de mi parte. (Ezequiel, 3:17)
Cuando las cosas se hacían como el Señor había establecido había paz, y los profetas se dedicaban cada uno a su oficio, a su familia y a sus cosas, porque el Señor satisfecho con su pueblo, nada tenía que objetar.
E hizo Asa lo bueno y lo recto ante los ojos de Jehová su Dios.
Porque quitó los altares del culto extraño, y los lugares altos; quebró las imágenes, y destruyo los símbolos de Asera; y mandó a Judá que buscase a Jehová el Dios de sus padres, y pusiese por obra la ley y sus mandamientos. Quitó asimismo de todas las ciudades de Judá los lugares altos y las imágenes, y estuvo el reino en paz bajo su reinado. Y edificó ciudades fortificadas en Judá, por cuanto había paz en la tierra, y no había guerra contra él en aquellos tiempos; porque Jehová le había dado paz. Dijo, por tanto a Judá: Edifiquemos estas ciudades, y cerquémoslas de muros con torres, puertas, y barras, ya que la tierra es nuestra: porque hemos buscado a Jehová nuestro Dios, lo hemos buscado, y él nos ha dado paz por todas partes. Edificaron pues, y fueron prosperados. (2 Crónicas, 14:2-7)
Así que sería bueno, según san Pablo que todos profetizáramos, para que a través de nuestro testimonio pudiéramos animar a todos aquellos que necesitando firmeza en sus convicciones, puedan edificar una relación fuerte y estable con el Señor. (1 Tesa. 5:14)
Para que cada uno de nosotros pudiera exhortar a su hermano a seguir de más cerca al Señor, dejando todas aquellas cosas que aunque nos sean lícitas no nos convienen, porque nos pueden llegar a dominar y a alejarnos sin darnos cuenta, poco a poco del Señor. (1 Cort. 6:12)
Para poder consolar y estar al lado de todos aquellos que al estar pasando por situaciones adversas y muy difíciles de superar, necesitan a alguien con quien compartir su carga o dolor. (Gálatas, 6:2)
Actitudes estas que si las llevamos a cabo acompañadas de mucha comprensión y amor, nos van a llevar a dejar de ser meros (calienta bancos) espectadores pasivos, y a involucrarnos en todo lo concerniente a la obra de Dios, como cuerpo de Cristo que somos y en el que todos, tenemos una función útil y determinante como señalan las Escrituras:
Porque de la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros.
De manera que, teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, si el de profecía, úsese conforme a la medida de la fe; o si de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza; que exhorta, en la exhortación; el que reparte, con liberalidad; el que preside, con solicitud; el que hace misericordia, con alegría. (Romanos, 12:4-8)
Así que, de nosotros depende.
Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.